8/06/2024 | Por María Zaldívar | La Gaceta de la Iberosfera

El pasado 2 de junio se desarrolló en México la elección del sucesor del actual presidente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). La victoria recayó en Claudia Sheinbaum Pardo, de 61 años, científica de profesión y alineada a las políticas de su antecesor, quien la impulsó políticamente al nombrarla secretaria de Medio Ambiente en sus tiempos de alcalde de Ciudad de México. Ahora promete «continuidad con cambio» en lo que ellos llaman la «4t» o cuarta transformación, el proyecto insignia del obradorismo del que se definió heredera y garante.

Fue vocera de las fallidas campañas presidenciales de su mentor en 2006 y 2012; tres años más tarde ganó la alcaldía de Tlalpan en CDMX y en 2018, mientras AMLO se aseguraba la presidencia, Sheinbaum asumió la jefatura de la capital mexicana.

En una entrevista otorgada a la agencia internacional Associated Press, la futura presidente ratificó su posición de izquierdas, por lo que el cambio que se mencionó a lo largo de su campaña se erige, por lo menos, como una incógnita.

Recientemente grabó un mensaje que, según observadores, es de obvia solidaridad con Palestina. Lamentó la pérdida de vidas de «miles de civiles», en clara referencia a las operaciones militares que lleva adelante Israel, y reivindicó el reconocimiento de «los dos estados».

Lo cierto es que, además de ser fiel defensora de las causas de la Agenda 2030 y del Grupo de Puebla, Sheinbaum tiene una tarea titánica por emprender en tanto recibe un país devastado.

La situación económica registra tales niveles de pobreza y marginalidad que, paralelamente, facilitan el negocio del narcotráfico que ha encontrado un territorio más que fértil para desarrollarse. A eso se suma la debilidad institucional que hace de México un país donde los mecanismos democráticos no encuentran respaldo ni garantía en el sistema político ni en la justicia. La revista The Economist realiza anualmente y desde hace varias décadas, un índice en el que se evalúa la salud de la democracia en 167 países. La publicación distingue entre democracias plenas, democracias imperfectas, regímenes híbridos (no reconocidos internacionalmente como democracias según la definición clásica) y regímenes autoritarios, los que invariablemente se ubican al final de la tabla.

En el último índice, publicado en marzo de este año, España ocupa el puesto 24, último lugar entre las democracias plenas; Argentina, considerada una democracia imperfecta, se ubica número 54, después de Brasil y uno antes que Colombia, en tanto México es registrada como democracia híbrida y está en el puesto 90. Esta pésima performance expone las profundas distorsiones de la realidad mexicana actual, cada vez más desconectada de los valores de la democracia liberal.

A aquellos principales indicadores económicos se suman los de salud, educación y calidad de vida mexicanos que marcan una profunda y sostenida decadencia; pero a la par, o tal vez como consecuencia de ellos, se erige el mayor drama del país: la inseguridad que se palpita producto del avance del narcotráfico y la violencia extrema que se instaló como resultado directo.

Solamente durante el reciente proceso electoral se produjeron cerca de 1.000 ilícitos que van desde amenazas a asesinatos. El amedrentamiento sobre ciudadanos de la sociedad civil y candidatos es moneda corriente y un motivo válido para que mucha gente honorable se abstenga de participar en política. Las consecuencias personales y familiares de hacerlo son obvias y hay quienes no están dispuestos a arriesgar su integridad y el bienestar familiar. Pero no solo la política padece las derivaciones de ese flagelo. En México hay más de un millón de empleos vacantes por falta de mano de obra calificada porque muchas personas abandonan del país buscando seguridad y calidad de vida.

En ese clima, la flamante presidente debería avanzar con reformas estructurales que tropiezan con su ideología, que es la de su mentor.

Sin embargo, la ideología parece enmarcar su triunfo. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, elogió calurosamente a Sheinbaum y celebró su victoria al tiempo que recordó que «Claudia ayudó en los tiempos de la clandestinidad al M19 en México. Desde muy joven ha sido una gran luchadora social. Una mujer de la izquierda dirigiendo una de las naciones más grandes del mundo. Que su liderazgo nos ayude a llevar a América Latina hacia una economía descarbonizada». Cabe recordar que el Movimiento 19 de abril (M19) fue la organización terrorista urbana surgida en 1970 que participó de innumerables conflictos armados.

La comitiva oficial del Grupo de Puebla, instalada en el bunker de la candidata oficialista, no ahorró palabras de felicitación y muestras de alegría por su victoria. Rodeada del populismo de izquierdas más rancio de la América Hispana, Sheinbaum se abrazó con el expresidente argentino, el peronista Alberto FernándezEvo Morales, de Bolivia y el chileno Marco Ominami entre otros izquierdistas sudamericanos de paladar negro. «Vamos por la patria grande, libre y soberana», escribió el Grupo de Puebla en su cuenta oficial de la red social X.

La expectativa de su entorno, sus aliados y sus votantes es que Sheinbaum continúe la senda que le deja marcada su antecesor. «El progresismo latinoamericano debe aprender del modelo de México con la aplastante victoria de Claudia Sheinbaum en las elecciones del domingo, que defendió un proyecto político contra la frustración», dijo Ominami apenas conocidos los cómputos finales. «Eso no pasó en Italia y en Argentina en las que la frustración le ganó al modelo de desarrollo», agregó tras interpretar que el resultado de la reciente elección en México podría transformarse en un modelo mundial.

Si el combate del narcotráfico, flagelo que se ha instalado hace ya mucho tiempo y tiñe de sangre las calles de todo el país, no se transforma en la máxima preocupación de la candidata electa y, por el contrario, lo minimiza, niega o ignora como ha venido haciendo López Obrador, la perspectiva para México y la región es decididamente sombría.