13/06/2024 | Por Juan José Gómez

El notable y positivo avance de los ideales de la derecha política en las recientes elecciones parlamentaria de la Unión Europea y su creciente repercusión en nuestro país, ha tenido la feliz consecuencia de que tanto en el antiguo continente como en el nuestro, quienes decididamente somos de derecha o más claramente, quienes simpatizamos con principios y valores conservaduristas, nos sintamos alentados al ver que, tal como en el caso latinoamericano siempre lo definió el presidente Ospina Pérez cuando habló de que la esencia del genuino conservatismo (no del remedo del que hoy existe en Colombia) es “no ser mercaderes de ilusiones sino empresarios de realidades” o cuando con su insuperable talento y talante doctrinario Álvaro Gómez Hurtado dedujo que “en Colombia hay mucho más conservatismo que partido”.

Estamos hoy abocados en Colombia a una situación de gran peligro social pues por efectos de una elección que hizo o no hizo una mitad de los electores colombianos engañados por falsas promesas, asustados por oscuros grupos de distintos pelambres pero identificados en propósitos y acciones de violencia total y jalonados por unos inmaduros jóvenes que en parte creyeron en las potencialidades del cambio como resultado de un pacto de la izquierda trasnochada con el populismo insustancial y en parte quisieron divertirse con los tropezones de una democracia debilitada y opaca, al final lo que todos lograron fue sumir a la nación en un estado caótico puesto bajo los caprichos de un personaje sin la mentalidad ni la preparación de gobernante, invadido por deseos desmesurados e insatisfechos de poder, enemigo evidente de toda persona que no piense como él ni le rinda el tributo de su total sumisión, que mira la Constitución como un obstáculo en su marcha triunfal y no muestra respeto por la separación de poderes y por el sistema de pesos y contrapesos propio de la arquitectura constitucional del que es pero tiende a dejar de serlo un Estado Social de Derecho. Si tan deplorable estado de cosas no termina pronto, están dadas las condiciones para una confrontación civil. Ese es el peligro.

Eso significa para este columnista que llegó la hora de que sin miedo y sin pausa hagan presencia nacional las colombianas y colombianos que legítimamente quieren ser defensores de la civilidad y la democracia informada de nuestra Patria, inspirados en razonables principios doctrinarios de la derecha política, de la derecha de Milei en Latinoamérica o de Giorgia Meloni en Europa, de la derecha que corresponde al sentir mayoritario del pueblo colombiano, cansado ya de soportar los desafueros de un gobierno que no gobierna, sino que amenaza, que pretende regresar al absurdo de Lenin del estatismo total, a sabiendas de que esa podrida doctrina fracasó totalmente en la extinta Unión Soviética y en otros infortunados países dejando un saldo de cien millones de seres humanos asesinados y que ha convertido en miserables a los infelices y dignos de compasión ciudadanos de estados latinoamericanos como Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Por ahora en Colombia ha surgido una mujer que parece poseer las condiciones necesarias para liderar el retorno a la libertad y a la decencia, me refiero a la senadora María Fernanda Cabal. Ella pertenece al mundo de la política, que para el caso colombiano de alguna manera tiene algo de limitante, aunque bien mirado no tiene por qué serlo. Existe también un ciudadano, serio, inteligente, de notable y demostrada preparación profesional, empresario muy exitoso y al parecer hombre de bien y poseedor de cualidades importantes como son, ser valiente, decidido y hasta ahora sin contaminación política o politiquera. Obviamente me refiero a Abelardo De La Espriella.

De la senadora Cabal sabemos que aspira a ser la sucesora del actual ocupante de la casa de Nariño y hace tiempo que está en ello. Del abogado De La Espriella, solo sabemos que es poseedor de un palmarés sobresaliente, pero ignoramos si se contentará con ser un triunfador en muchos de los aspectos de la existencia, incluyendo poseer una voz armoniosa de tenor que se le escucha muy bien cuando canta, pero nada más. ¿Acaso Abelardo De La Espriella no es el hombre para liderar desde ahora la oposición al desgobierno actual y para hacer méritos que lo acrediten como futuro presidente y restaurador del orden, de la decencia en lo público y del Bien Común?