Domingo 16/06/2024. | Por Pbro. Diego Alberto Uribe Castrillón

En medio de tantas incertidumbres como las que vivimos en la hora presente de la historia de la humanidad en la Palabra que se proclama en las Iglesias en este Domingo hay una parábola que habla de un grano de mostaza sembrado en alguna parcela y que empieza a dar frutos y que llega incluso a servir para que las aves armen sus nidos con esa forma de tejer que construye la cuna y el hogar de generaciones nuevas que llenarán el firmamento de alegría y de esperanza.

En nuestra patria amada se hace urgente retomar una antigua memoria que ofrecía por estos días un reconocimiento agradecido a los campesinos. Pues la fecha volvió a pasar reducida a una eventual alusión en algunos calendarios pero haciendo evidente el olvido sistemático de tantas personas que aún viven o sobreviven en la lejanía de nuestras llanuras o en las crestas altivas de nuestras montañas sufriendo con el rigor de tantos dolores la evidente negligencia de todos, la evidente despreocupación por quienes tanto nos enseñan, tanto esperan y tanto padecen las ausencias que provoca el síndrome de las urbes que nos hacen pensar que el campo no existe, que los frutos de la tierra aparecen de repente en los supermercados y que los alimentos brotan de la nada.

Para mayor dolor las parcelas que en otro tiempo fueron fecundas y fértiles, si están cerca de la ciudad han sido invadidas por algo muy raro que se llama lugar de veraneo o porque las generaciones nuevas, en uso de una soberana ignorancia, han resuelto llamar finca a un lugar en el que de todo hay menos cultivos, en el que ya no se siembra sino que se tala y en el que hasta las aves se han desterrado porque las aturde el estruendo de la rumba y los chillidos desesperados de una generación que se le olvidó el silencio y se le perdió la noción de serenidad.

Pero volviendo a los campesinos, sumando a muchos males que los aquejan está la terrible experiencia de la violencia que lleva décadas y décadas asolando los campos y regando los surcos con la sangre inocente de tantos hermanos que terminaron envueltos en el conflicto que agobia nuestra historia, porque los campos fueron invadidos por una plaga exterminadora de desadaptados, por unos que aunque quieren imponer una justicia bien distinta a la que de verdad necesitamos, por una nube de violentos que supera en su agresividad a las plagas de langosta que solían arrasar los sembrados.

Cambiamos el susurro de los arroyos por el terrible sonido de las hachas que derrumbaron los montes y les cambiaron los arados a los campesinos por las armas fratricidas con las que se destruye la vida y se acribilla la esperanza. Cambiamos la hoz con la que se segaba el trigo por la insignia perversa de la muerte con la que no solo se ha cercenado la vida de tantos sino que se ha truncado la alegría de tantas generaciones.

Se suma a estos males la migración que no cesa porque los dueños fueron desterrados, los amos se volvieron esclavos y los señores pasaron a ser vasallos de las ideologías y terminaron perdiéndolo todo. Las ciudades se colmaron de gente que dejó el campo porque, como cosa extraña, las raras experiencias de la economía prefirieron importar lo que por aquí abundaba y comprar por miserias lo que en otro tiempo nutrió la vida y la energía de unas generaciones que hicieron surcos en las agrestes montañas y aprendieron a sembrar en los riscos para llenar de frescura y de alegría la canasta familiar.

Y, para que no se nos vaya a olvidar, la economía se olvidó del campo, las complejas realidades de la historia llevaron a la quiebra los emporios productivos, la inoperancia de las instituciones y la rapacidad de los que dicen administrar las cosas fueron cerrándole el cerco a la gente del campo de tal modo que la vida se volvió un tormento, que las políticas agrarias se estructuran mirando una jardinera, las grandezas que en otro tiempo se lograron con audaces iniciativas de formación y de servicio de promoción humana de los campesinos quedaron el en olvido. Se apagó Radio Sutatenza, no volvió a circular El Campesino, las reformas agrarias se volvieron un desastre de iniciativas pensadas por aquellos que solo han visto el campo en alguna revista del pasado y hasta la ejemplarísima misión de la Iglesia que sembró escuelas y plantó iniciativas de apoyo y de sustento para el campesinado se vio ahogada y bloqueada por la inoperancia de sistemas que no tienen idea de cómo se vive en las parcelas. Hasta la entrañable figura del Maestro Rural quedó reducida a las ruinas de la “vieja escuela de doña Inés” de las que habla una canción que pinta con lágrimas la soledad de nuestros campos.

Pausa en la Pausa

¿Será que se juntan San Isidro y Marianito para ofrecerle a los campesinos una bendición que los rescate del olvido? Hay que volver al campo, pero no a unas caminatas ecológicas con niños disfrazados de zagales sino con toda la fuerza de la gratitud que le devuelva a las parcelas desoladas su perfume de esperanza.