23/06/2024 | Por José-Miguel Espinosa Sarmiento | Religión en Libertad

Una manifestación de contexto ‘woke’, donde un cartel en francés proclama el espíritu de los congregados: ‘Mujeres encolerizadas’. La ira como respuesta a la autovictimización es una característica esencial del wokismo. En la imagen se aprecia una omnipresencia del teléfono móvil, principal instrumento de movilización emocional de las causas ‘woke’. Foto (contextual): Delia Giandeini / Unsplash.

Calificada como un movimiento irracional e identitario que está poniendo en aprietos a Occidente, la ideología woke trataría de desmontar un orden social establecido sobre el privilegio blanco.

El movimiento woke [despierto] se relaciona en sus orígenes con la lucha de hace unos años en Estados Unidos contra el racismo, poniendo como medio para superar las diferencias la llamada discriminación positiva. Un movimiento muy sensible a las injusticias o discriminaciones: de hecho en la actualidad, woke alude a personas hipersensibles con las identidades colectivas, ya sea de raza, sexo o género.

Fue evolucionando, ganando terreno en la política y sumándose a otros ámbitos, como una ecología maximalista, el feminismo, la identidad de género —apostando por el género no determinado—, el victimismo y la cultura de la cancelación a personas por sus errores del pasado, reales o no.

Los medios empleados no son siempre los adecuados: destrozo de estatuas, descalificaciones en redes sociales, personajes inhabilitados, entre otros.

Ha conseguido arraigarse en el tejido social al conseguir el apoyo de personas influyentes en los medios de comunicación, las productoras de cine, el ámbito jurídico y la educación.

Se trata de una ideología materialista, atea y utópica que apunta a una sociedad perfecta a través de la ingeniería social, ante una naturaleza humana que no existe como algo dado, sino como algo a diseñar socialmente. Aparece el odio —como algo necesario— a lo que se venía aceptando como propio de la naturaleza humana, a una presunta ley natural o moral inscrita en el ser. En realidad, todos y cada uno de los humanos son odiados, víctimas de una opresión sistemática. Cada grupo humano se siente agraviado por lo que alcanza el otro. Se anima a hacerse uno a sí mismo, lo que daría una sensación de libertad y poder, y justificaría comportamientos subversivos del poder establecido. Opta por una falsa compasión, pero a costa de la responsabilidad personal de los propios actos. Se siente rabia ante la institución familiar por las experiencias negativas, si bien llama la atención que se generalice lo que tiene que ver con casos particulares.

La mentira es un recurso básico. Se aceptan las mentiras, uno llega a creérselas, desapareciendo el peso de los hechos reales. La manipulación y la coacción se muestran como aliados necesarios.

Esta ideología va teniendo consecuencias, entre otros ámbitos en el universitario, con conferenciantes canceladosautocensura entre profesores y alumnos disidentes, denuncias por posturas presuntamente inadecuadas, eliminación de cursos considerados ofensivos. Al no quedarse en el mundo de las ideas, se está procediendo a un replanteamiento apoyado por las redes, que se hacen eco de sus descaminos.

¿Cómo defenderse de algo tan insidioso? Estamos ante una guerra cultural, ante un laicismo agresivo enemigo de la libertad de expresión. Ante todo, no alarmarse. Lo que está más al alcance de todos es poner coto al uso de la tecnología, procurar que en el hogar haya un clima de encuentro personal, valorando el discernimiento y el diálogo, y apoyando la institución familiar, donde uno se encuentra querido y acogido. También sigamos valorando nuestras raíces, historia y tradición, y desde ahí apertura a lo positivo de otros planteamientos. No se trata de inventar lo inventado, de cancelar y sustituir, sino de ser más coherentes y auténticos con lo que hemos recibido.