26/06/2024 | Por Eduardo Mackenzie

“Este gobierno no espía”. “Este gobierno no hace lo que sí hicieron otros en el pasado”. Gustavo Petro nos dice que, por fin, los colombianos escogimos un gobierno virtuoso. Petro es el gobierno de la honradez, de la inteligencia, de la justicia, de la innovación, de la equidad, de la solidaridad, de la transparencia, de la prosperidad, de la felicidad para todos. Es un modelo para el mundo entero. Petro y su gobierno son la democracia más perfecta. Ha entronizado la corrupción depredadora en todos los pisos del edificio estatal, sin que haya sanción alguna. Normal. Los amigos del presidente pasan de la pobreza a la opulencia en cuestión de semanas. La justicia social llegó por fin a Colombia.

Gustavo Petro es un magnífico presidente. Lo ven en Europa como un genio que le estaba haciendo falta a la humanidad. Los sabios se disputan sus discursos sobre la ecología y el bienestar sideral. Gracias a sus ideas salvadoras, la población rural y las regiones agrícolas de Colombia van bien: están a la merced de las narco-bandas que él cree “residuales” y bien dispuestas para hacer reinar la paz.

El excelente presidente es calumniado. Los magistrados de las Cortes dicen que sus teléfonos son interceptados y piden a los organismos de control que investiguen. Son gente de mala fe. “Este gobierno no espía”, les responde Petro. Esa frase debería apaciguar los ánimos de los alevosos jueces. Investigar al respecto es poner en duda la palabra del gran conductor de pueblos.

El de Petro es un gobierno genial pues inventó algo que a nadie se le había ocurrido: la “paz total”. Descabeza, humilla y paraliza al mando militar y policial y esos ingratos, en lugar de respetar esa línea de sosiego, van a las montañas y dan de baja en combate a criminales redomados, como alias Hermes y alias Fito, dos jefes de las FARC que durante 17 años sometieron por el terror a las poblaciones del sur de Colombia. El comisario de paz, Otty Patiño, llora en Caracas esas muertes y las califica de “fatídicas”. El presidente Petro y el dinámico ministro de Defensa respaldan al comisario. Lloran los tres, en sus palacios, pues los militares no entienden todavía el mensaje sublime de la “paz total”.

El capitalismo es castigado por el gran humanista. Petro desmantela el sistema explorador y exportador de energías y anuncia que Colombia le comprará a Venezuela los combustibles que necesita para que el capitalismo industrial colombiano no levante vuelo. El guía perfecto sufre los rigores de la prensa indócil. Insulta y exige la autocensura a los medios que no ven todavía la dicha que crea el silencio en los espíritus.

En buena hora, los carteles de la droga se apoderaron del Cauca y de Nariño y tienen ya en sus hábiles manos el puerto de Buenaventura. La Fiscalía de bolsillo no ve que esa labor progresista deba preocupar a los colombianos. Todos los carteles, hasta los mexicanos, gracias a la doctrina petrista de la paz, muy superior a la “paz perpetua” de Immanuel Kant, se dedicarán con alegría a la economía campesina, familiar y comunitaria, como ordena el acuerdo de paz de 2016. Petro evaporó también las pensiones de jubilación, cerró en Bogotá, en un solo día, 19 pequeños comercios, entre esos el piqueteadero de doña Segunda (70 años), lo que hizo decir a algunos envidiosos: “Este es el gobierno acabando con el pueblo”. Don Gustavo Petro trata de dinamitar la producción de leche y carne y otros negocios, pero por buenas razones: porque estos alimentos favorecen la obesidad de los habitantes. Terminará con eso con la varita mágica de los impuestos confiscatorios.

Sólo le falta dar un paso importante: la eliminación del papel moneda y de las transacciones electrónicas. La adquisición de bienes se hará mediante el trueque, lo que fue la clave, como todo el mundo sabe, de la asombrosa prosperidad económica y de la renovación de la cultura en Camboya gracias al empuje de otro gran visionario y benefactor de la humanidad: Saloth Sâr, alias el camarada número uno, alias Pol Pot.