14/12/2023 | Por Juan José Gómez

La advertencia que Dante coloca a la entrada del infierno en la Divina Comedia para todos los que en ese lugar terminan su viaje, “perded toda esperanza”, parece rondar en el ambiente turbio de nuestro país en estos días finales del año 2023.

A pesar de la natural alegría y espíritu de fraternidad cristina propios de la época navideña, no es posible olvidar que vivimos en un país donde la carestía nos priva o nos dificulta hasta el extremo de no estar en condiciones de adquirir techo, alimento y vestido y mucho menos los tradicionales aguinaldos; donde los ministros del Estado mienten descaradamente, amenazan y eluden responsabilidades, donde muchos congresistas se venden al mejor postor,(que desde luego es el gobierno) por un plato de lentejas que suelen ser doradas; donde con el equívoco nombre de gobierno del cambio se imponen ideologías totalitarias funestas y fracasadas que conducen al abismo del “Estado fallido”; donde la clase media hace tránsito hacia la pobreza y ésta hacia la miseria, donde la Fuerza Pública es no solo desmotivada y reducida a una condición de simple adorno, sino que deliberadamente es “emasculada” en su viril propósito de defender la Patria y se pretende reemplazarla por peligrosos grupos paramilitares (recordar los horrorosos “colectivos chavistas”) comprometidos con quien los financia, en fin, de un país gobernado por un individuo del que no estamos seguros de que siempre esté en sus cabales juicios, sino que a juzgar por su violenta juventud y su nada ejemplar vida pública, ni conoce bien, ni demuestra amar incondicionalmente, ni al parecer le importan el bien común y la prosperidad del país que gobierna.

No es este, sin embargo, el Estado previsto en nuestra Carta Magna de 1991. En su Preámbulo se estipula que quienes en representación del pueblo colombiano “invocando la protección de Dios, y con el fin de fortalecer la unidad de la Nación y asegurar a sus integrantes la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz, dentro de un marco jurídico, democrático y participativo que garantice un orden político, económico y social justo, y comprometido a impulsar la integración de la comunidad latinoamericana”, expidieron la Constitución Política de Colombia y la instituyeron como un Estado Social de Derecho, pero en ninguno de los artículos de su contenido dijeron que sería un feudatario o vasallo del Grupo de Puebla ni que su gobierno se regiría por la podrida ideología estatista que proclama el Foro de Sao Paulo, ni, en otras palabras, la condenaron a ser un estado comunista, aunque este terrible vocablo evitara ser utilizado por el presunto colega de los Castro de Cuba, de Chávez y Maduro de Venezuela o de ese infame matrimonio que malgobierna a Nicaragua.

Para ser claros, mucho me temo que la gran mayoría de colombianos estamos hartos de Petro, de sus actuales y peligrosos ministros, entre los cuales hay algunos de doble peligrosidad; de sus congresistas llenos de resentimientos contra otros colombianos más afortunados o más emprendedores que ellos; de otros congresistas que habiéndose declarado previamente un poco aliados y un mucho independientes del gobierno de Petro, con una perversidad que asusta o con una indiferencia que aterra le hacen el juego al jefe y a los sirvientes del llamado Pacto Histórico, a cambio de puestos y contratos y quien sabe de qué otras dádivas, sin pensar en el daño que le hacen a las actuales y a las futuras generaciones de colombianos y en que, gracias a sus acciones y omisiones, se ganaron el título de traidores a la Patria.

Ojalá la Comisión de Acusaciones cumpla con su deber y lo mismo hagan la plenaria de la Cámara de Representantes y el Senado de la República. No sé si el juicio llegará hasta la Corte Suprema, pero si llega, entonces que el Dios Todopoderoso, invocado en el Preámbulo de la Constitución Nacional, permita que los más altos magistrados de la República merezcan bien de la Patria.