16/12/2023 | Francisco José Lloreda Mera | El País

Coger a los combustibles fósiles de chivo expiatorio de la crisis climático, es un error.

El aparte de la declaración de la COP 28 en contra de los combustibles fósiles es una victoria engañosa y desenfocada del ambientalismo extremo. Es poco novedoso —y bastante gaseoso— hablar de una “transición para alejarse” de estos energéticos, para contribuir a detener el cambio climático. Más, cuando se condiciona a que sea “justa, organizada y equitativa”, tres conceptos en los que no existe acuerdo de cómo llevarlos a la práctica.

Pero es, ante todo, desenfocada. Coger a los combustibles fósiles de chivo expiatorio de la crisis climático, es un error. No se debe subestimar su aporte al calentamiento, pero el verdadero desafío, el enemigo son las emisiones que causan un efecto invernadero, independiente de su procedencia. Ese era el entendimiento de las COP, al punto que en la pasada se asumieron compromisos en reducción de gases de metano.

El nuevo lineamiento —más populista que científico— le resta importancia al impacto en la temperatura causada por factores distintos al uso energético del petróleo, el gas y el carbón, como la deforestación y las emisiones asociadas al desperdicio de comida, a la agricultura y a la ganadería. Desconoce, además, los avances para eliminar y capturar emisiones, el impacto de algunas fuentes renovables y la realidad del mundo energético.

Olvida, además, las diferencias locales. Similar a otros países, en Colombia el transporte es de lo que más contribuye a las emisiones con un 12% y que reclama mayor atención. Pero el 59% se debe a la deforestación, la agricultura, la ganadería y mal uso de la tierra. La exploración y producción de petróleo y gas, tan vilipendiada, representa el 0,8%. Y, como se sabe, nuestro país aporta solo entre 0,2 y 0,6 % de las emisiones del planeta.

Pero eso al Presidente Petro poco le importa, dado contraría su discurso apocalíptico. Dice que la COP 28 evidencia que él “está del lado correcto de la historia”. No es cierto. Ninguno de los países firmantes, con una producción de combustibles fósiles semejante a Colombia, se ha comprometido con prohibir —y de inmediato— toda nueva exploración; trabajan por gestionar el cambio climático, pero sin sacrificar los intereses de su país.

Estados Unidos, Noruega, Argentina, Brasil, para citar unos, están haciendo lo contrario: explorando y produciendo más. Y todos firmaron en Dubái. A ninguno, repito, siendo incluso menos dependientes en materia energética y económica de los fósiles, se le ha pasado por la cabeza una decisión como la que promueve hipócritamente el gobierno, a sabiendas del impacto que a la vuelta de unos años tendrá sobre el desarrollo del país.

Hipócrita, porque tiene un discurso y dos agendas; vitorea que los combustibles fósiles van a acabar con la humanidad y que por eso prohibió toda nueva exploración, al tiempo en que Ecopetrol seguirá explorando en sus áreas y haciendo fracking fuera del país, la ANH ofrece extender los contratos existentes para explorar más con bajo perfil, y gesta una empresa de minería, y un acuerdo con PDVSA para explorar en Venezuela.

Los combustibles fósiles son el mayor aportante de origen humano al cambio climático global. Pero circunscribir la anomalía en la temperatura a estos, es científicamente equivocado. Más en Colombia. El desafío son las emisiones, vengan de donde vengan. De ahí que la declaración final en la COP 28 invita a una reflexión, para no perder el foco del problema real y evitar frustraciones a futuro. Y en el plano local para que el presidente no manipule los hechos y deje de embaucar al país y al mundo con una actuación bipolar.