Domingo 24/12/2023 | Por Pbro. Diego Alberto Uribe Castrillón

Cuando resuene hoy en el corazón del mundo la voz de los ángeles en la noche de Navidad «y en la tierra paz», volverá al corazón el anhelo eterno de todos: un mundo sin guerras, una patria sin odios, unos corazones que olviden las viejas rencillas y se dejen convencer por el amor que brota de la simplicidad del Pesebre, el amor de un Niño sin otro poder que el de su infinita bondad.

Navidad es un tiempo de encuentros, de cercanías, de añoranza de esos inolvidables momentos de alegría que se esperaban con ansia en nuestra infancia lejana. La borrasca de las confusiones de la hora presente ha querido desmoronar ese monumento a la simplicidad y al gozo sencillo que se llama Navidad. Es que se nos olvida que el protagonista de estas fechas es un Niño que nació en una compleja hora de la historia, que nació en un pueblo que si acaso alcanzaba a figurar en la memoria de algún letrado de aquellos tiempos y que se sigue llamado Belén, ahora rodeado de las trincheras del odio y salpicado de sangre inocente, como si se quisiera repetir la escena de la matanza de inocentes decretada por Herodes.

Es la hora del retorno a la cuna. La vida de la humanidad debe volver a la pequeñez del Pesebre, al que nos mira desde su sublime pobreza, al que nos habla sin hablar con su sola mirada de ternura y de esperanza. No se nos puede olvidar que en la pequeñez de Belén hay más luz que la que intentamos reproducir sin conseguir que los esplendores artificiales puedan llenar de luz las sombras que aún se ciernen sobre este mundo; la Navidad es el canto a la vida y a la esperanza, es la vuelta a la piadosa escena que san Francisco de Asís evocó en la gruta de Greccio hace ochocientos años.

No falta quien quiera retomar las Saturnales para enloquecer la muchedumbre incauta con cuanto vicio se pueda; los viejos vicios embotellados, los nuevos vicios perversamente tolerados para que con la mente embotada la masa se deje conducir al precipicio de la muerte, a la honda fosa en la que muchos quisieran sepultar las leyes divinas que buscan el bien o las leyes humanas que tuvieron por modelo el decálogo que quieren derogar los lacayos de la muerte y los servidores de la mentira y de la ambición.

La Navidad de este año ha de estar marcada por una esperanza que tiene que crecer. No podemos continuar en la dolorosa realidad de un mundo sin amor, sin valores, sin esfuerzos por la reivindicación de la vida, por la defensa de la existencia humana, por la recuperación de la identidad del ser humano que ha sido reducida por tantas corrientes a una especie de organismo manipulable que puede manejarse al antojo de la última corriente de pensamiento. Navidad es un retorno a la grandeza del ser humano que se llena de nobleza porque Dios comparte nuestro camino, que se eleva hacia la gloria cuando nos damos cuenta de que la vida que dio vida al mundo se quiso alojar en la pequeñez de un niño para restaurarnos y darnos vida de verdad.

Pero el ambiente del mundo ha querido borrarnos el significado del nacimiento de Jesús. Decidieron llamar “fiestas” al día en que Dios nos mostró su rostro en el niño de Belén. Nos encerraron en la ola del consumismo, nos pusieron a correr tras las cosas terrenales y nos quieren cambiar la alegría por una cadena de ruidos y de bengalas que nos puede dejar sordos para escuchar el clamor de los que sufren y que nos puede encandilar para que no veamos como se quiere destruir la vida, como se quiere mostrar como motivo de gloria un mundo sin la alegría de la infancia, un mundo sin el calor humanizante de los pañales que abrigan la promesa de la vida.

Hablando en el día de Navidad San León Magno decía: “no puede haber lugar para la tristeza cuando acaba de nacer la vida, la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad” (San León Magno. Sermón 1 de la Navidad. PL: 54,190.); y esta alegría de eternidad es la que nos falta cuando solo tenemos unos gozos que terminan arrastrando una muchedumbre sin virtudes al caos en el que se terminan sacrificando la paz de los hogares, la belleza de los encuentros, la bondad escondida en el recato de las tradiciones que nos proponen como lugar de encuentro la cuna del que nos apacienta “con suave cayado, ya la oveja arisca, ya el cordero manso”(Gozos de la Novena de Aguinaldos).

Que esta Navidad, que este día anhelado, que la noche que nos espera tachonada de las estrellas de la bondad y la belleza, nos haga reaccionar y nos permita proponernos la reconstrucción de los valores, la conquista de la paz verdadera, la alborada de la esperanza nos permita descubrir que nuestra vida esta tejida con las fibras humanas que nos sostienen y con los trazos de gloria y de grandeza con los que fuimos modelados a imagen y semejanza del Creador.

No olvidemos que también hoy hay gente de Buena Voluntad que sabe escuchar en medio del ruido de la inconciencia humana el coro de los ángeles que se manifestaron en el campo de pastores en Belén para anunciar la llegada del Rey que no condena, del Mesías que sana con amor las heridas de la violencia, del Salvador que en forma de Niño da al mísero amparo, que es consuelo del triste luz del desterrado.

Pausa en la Pausa

Retornemos a Belén, al de ayer para aprender la lección de amor, al de hoy, a ese Belén cercado de violencias. Que seamos hoy y siempre una voz de aliento que nos recobre la vida, una presencia de esperanza que nos haga vivir de verdad.

Pausa en la Pausa de la Pausa:

Feliz Navidad, feliz día de la vida de Dios que le da vida a nuestra vida.