1/06/2024 | Por Omar Bula Escobar

Absorbido por el incesante drama político y judicial de Donald Trump en Estados Unidos, un país que hoy se asemeja más a una república bananera que a una superpotencia global, escuché una noticia breve en la radio que desvió totalmente mi atención.

De pronto, caí en cuenta de que había otros asuntos de igual o mayor gravedad ocurriendo del otro lado del mundo.

Se trataba de un hecho muy inquietante: el presidente Joe Biden había autorizado a Ucrania a usar armamento estadounidense de forma limitada para atacar objetivos dentro de Rusia.

La noticia me sorprendió. Hasta ahora, Washington había sido muy cauteloso en permitir que Ucrania utilizara sus armas en ataques dentro del territorio ruso, por temor a que ello pudiera arrastrar a la OTAN a un conflicto directo con Moscú.

Sin embargo, al profundizar en el tema, la situación resultó ser aún más preocupante.

En los últimos días, el uso de armas occidentales por parte de Ucrania para atacar objetivos dentro de Rusia se ha convertido en un tema divisivo dentro de la OTAN.

Todo comenzó cuando el Secretario General de la OTAN, Jens Stoltenberg, instó a los miembros de la alianza a reconsiderar las restricciones impuestas sobre el uso de estas armas.

Según Stoltenberg, Kiev tiene «el derecho, bajo el derecho internacional, de defenderse» contra ataques provenientes de Rusia.

En respuesta a estas declaraciones, varios países europeos, incluyendo Alemania, Francia y Polonia, dieron luz verde a Ucrania para que utilizara sus misiles en territorio ruso.

Incluso el Ministro de Relaciones Exteriores de Dinamarca señaló que Kiev estaría actuando «dentro de las reglas de la guerra» si usara los aviones de combate F-16 suministrados por Occidente para atacar objetivos militares en Rusia.

Pero no todos los miembros de la OTAN estuvieron de acuerdo.

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, advirtió que el papel de la OTAN en el conflicto ucraniano corría el riesgo de arrastrar a la alianza militar a “una guerra mundial”.

La primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, criticó a Stoltenberg, previniendo sobre las graves consecuencias de sus declaraciones, mientras que su viceprimer ministro, Matteo Salvini, llegó incluso a exigirle que se retractara o que renunciara.

Moscú, por su parte, no tardó en reaccionar. El presidente ruso, Vladimir Putin, advirtió a Occidente que estaban jugando con fuego y que sus decisiones podrían desencadenar un verdadero conflicto global. «La escalada constante puede llevar a consecuencias graves», afirmó Putin.

De su lado, el Ministro de Relaciones Exteriores, Sergey Lavrov, declaró que Moscú consideraría el envío de F-16 a Ucrania como una «acción deliberada de señalización por parte de la OTAN en el ámbito nuclear», debido a la capacidad de estos aviones para transportar armas atómicas.

Pero la declaración más firme fue la del ex presidente ruso Dmitry Medvedev, quien advirtió que sería un «error fatal» por parte de Occidente pensar que Rusia no estaba lista para usar armas nucleares tácticas contra Ucrania. «Esto, por desgracia, no es ni intimidación ni un farol», dijo Medvedev.

Por otro lado, y como era de esperarse, surge China como otro jugador crucial.

A pesar de que China se ha retratado como parte neutral en el conflicto, es un hecho que ésta ha proporcionado a Rusia apoyo diplomático y tecnología avanzada con usos tanto civiles como militares y se ha convertido en uno de sus socios económicos más importantes.

El Secretario General de la OTAN acusó a China en más de una ocasión de exacerbar la guerra en Europa al apoyar a Rusia, mientras que EE. UU. ha tratado de presionar al líder chino Xi Jinping para que influya en el fin del conflicto.

De poco ha servido. Es más, días después de que el Secretario de Estado Anthony Blinken advirtiera firmemente a China de no seguir apoyando a Rusia, Putin y Xi no tardaron en reunirse y en hacerse promesas solemnes de profundizar su asociación «sin límites».

En este ajedrez geopolítico, las piezas siguen moviéndose hacia un desenlace cada vez más incierto y peligroso cuyas consecuencias podrían ser catastróficas para toda la humanidad.

Lo que más me choca, sin embargo, es la prevalencia de ese espíritu netamente belicoso y guerrerista de ambos lados, cosa que también parece ocurrir en otros conflictos en la actualidad.

Además de los cientos de miles de víctimas inocentes y de los miles de billones de dólares que se invierten para matarlas, ahora solo se habla de guerra, como si la paz hubiese dejado de ser una posibilidad.

Por eso busco a Mahatma, porque para este la paz no solo era la prioridad, era la única posibilidad.