3/06/2024 | Por Ana del Corral Londoño

Resulta sumamente extraño que a menudo cuando a los líderes populistas les da por blandir el concepto de “el pueblo”, amañan la definición según su conveniencia. El presidente Petro ha aumentado recientemente sus referencias al “pueblo” —de cuya voluntad, pese a su impopularidad él se cree intérprete privilegiado—, para hablar de que la asamblea constituyente a la que él quiere convocar es un deseo del pueblo.

En una entrevista que le hace Vicky Dávila al excanciller Álvaro Leyva y publicada por la revista Semana el 1ero de junio, este último se refiere a que en los acuerdos de paz firmados entre el Gobierno de Santos y un segmento de la guerrilla de las FARC quedó estipulado que debía haber una constituyente, que esta formaba parte intrínseca de lo acordado.

Según Leyva, el hecho de que en los acuerdos haya quedado plasmada la convocatoria a una asamblea nacional constituyente se convierte en algo de forzoso cumplimiento legal porque, según él, nuevamente, estos acuerdos fueron refrendados por las Naciones Unidas, lo que nos deja sujetos a una especie de ley supranacional que Colombia está obligada a acatar.

No obstante, a todos parece estárseles olvidando, muy convenientemente, una enorme incongruencia. El pueblo, ese sí no una figura retórica sino el real, el que se levanta un domingo y se dirige a las urnas para dejar su voto, la verdadera ciudadanía, dejó un voto contundente el 2 de octubre de 2016 en el que la mayoría dijo claramente no estar de acuerdo con la firma de los acuerdos.

“No” (para bien o para mal según a quién se le pregunte), votó el verdadero pueblo, el convocado a las urnas. El manoseo posterior ya es historia, ni Santos renunció si ganaba el “no”, como había dicho que haría, ni se actuó según el resultado de plebiscito convocado voluntariamente por él. Sin embargo, esa voluntad del pueblo no parece haberle importado ni importarle a nadie, ni en el ámbito nacional ni en el internacional. Los hechos son tozudos, claros, contundentes. Ese “no” invalida los acuerdos y por ende todo su contenido. Sobre esos acuerdos no puede estar asentada la “lógica” de convocar a una constituyente.

Ese pedazo de la historia en el que un gobernante y un gobierno “volvieron trizas” (ahí sí) la voluntad de un pueblo nos dejó mal parados. No supimos reaccionar. Nos dejamos usurpar la voluntad y nos dejaron en posición de seguir dejando pasar “cositas”, nos acostumbramos a que nuestra voluntad explícita poco importa, y de ahí no fue mucho el trecho para llegar hasta donde estamos, quizás pensando que es imposible hacernos oír, que nuestra voz no vale para nada porque quienes están en el poder harán oídos sordos.

Pues bien, va siendo hora de que el verdadero Pueblo, el que cumple las leyes, el que se rompe el lomo trabajando para sostener el derroche del Estado, el exprimido, atracado, agotado, abandonado y extorsionado, el que ha visto su voluntad arrastrada por el piso, recupere su agencia, su poder, su dignidad y exija congruencia legal en todos los asuntos con los que están toreando a una ciudadanía próxima a mostrar su casta. Si la ley es la ley, la ley es la ley para efectos de los acuerdos nulos, para efectos de los topes de las campañas electorales, para efectos de las reiteradas e inexplicadas desapariciones del presidente, para efectos de que el pueblo tenga mecanismos para decir “basta” a un gobierno impopular, corrupto y de resultados desastrosos en la calidad de vida y en la moral de un país entero.

El paso siguiente lo mostrará, ojalá pronto, una ciudadanía hastiada de desvaríos.