28/05/2024 | Fundación Disenso | Por Vanessa Kaiser

Occidente aún no se derrumba gracias a una delgada línea de resistencia apodada de “ultraderecha” por la prensa vendida a la plutocracia globalista. Su arma más poderosa es la Agenda 2030 con la que se proponen destruir los Estados-nación, el capitalismo y la democracia para imponer su Nuevo Orden Mundial. Esta ya sería realidad sin los esfuerzos de conservadores, liberales clásicos y un puñado de ciudadanos sin mayor formación política, pero con sentido común.

Es evidente que, en el marco de la batalla cultural que sucede en las universidades y escuelas de todo Occidente, habrá cada vez menos personas que conserven su sentido común incólume. De hecho, las nuevas generaciones muestran un estado psíquico deplorable. La cultura de la muerte los ha condicionado hasta el punto de que consideran que asesinar a los niños por nacer o terminar con el peso de la vida a través del suicidio asistido, son derechos que los empoderan. Influencers como Jordan Peterson hacen un aporte considerable para enseñar a los jóvenes a protegerse de la depresión, el hastío y la fatiga, rescatando valores que encontramos en la tradición cristiana occidental, es decir, en la cultura de la vida. Sin embargo, es muy difícil que unos pocos podamos triunfar en contra del flujo de dinero que compra almas hasta en los rincones más conservadores del mapa político, sumados los aparatos burocráticos gigantescos y la captura de gran parte del tejido supranacional.

Es un hecho indesmentible que los organismos internacionales han cambiado de propósito traicionando los principios en que se fundó su creación. Un ejemplo es el cambio radical de ruta, desde defender la paz a provocar conflictos internos artificiales para desestabilizar a los países usando los DD.HH. con el fin de anular el monopolio de la coerción, fundamento de la existencia de los Estados. El plan es demasiado obvio. Una vez que el mapa de Occidente esté conformado casi únicamente por Estados fallidos vendrá la solución final: un gobierno mundial y la obediencia absoluta de las nuevas generaciones educadas para la ciudadanía universal que promueve la Agenda 2030. En su ODS 4 plantea una educación que asegure “que todos los alumnos adquieran los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible […], la igualdad de género, […] [y] la ciudadanía mundial […]. El presidente de este ODS es, ni más ni menos, que el presidente de la República de Chile, Gabriel Boric, quien carece no solo de título universitario, sino de cualquier atisbo de sentido común. Él es una de las víctimas de la vanguardia gramsciana que se ha propuesto dejar a los jóvenes en el mismo estado psíquico que el del presidente del ODS 4. ¿Cómo pueden lograr semejante hazaña?

En Gramsci la acción política exige hacerse cargo del sentido común concebido como construcción social y conducirlo desde la hibridación categorial y de la resignificación de los conceptos hacia un nuevo sentido común. El objetivo es construir un lenguaje político distinto a partir del sentido común antiguo. Una vez logrado, el nuevo discurso hegemónico permite el recambio legítimo de las elites. En síntesis, la vanguardia gramsciana abraza el sentido común conservador y lo asfixia hasta convertirlo en un sentido común progresista, no liberador, sino, emancipador, que se impone como norma de vida, desde la cual se hace del poder total la nueva clase dirigente. ¿Por qué abrazar el sentido común conservador en lugar de hacer tabula rasa como en la Revolución Francesa y refundar la civilización desde cero?

Porque solo puede comunicarse algo nuevo si se presupone que el oyente y el lector lo entienden. En términos de Reinhart Koselleck “la estructura fundamental repetitiva del lenguaje y de la comprensión es la precondición de que pueda expresarse algo nuevo”. La pregunta fundamental entonces es: ¿qué aspectos tomaron del sentido común de nuestra civilización cristiana occidental los miembros de la vanguardia progresista para torcerlo, hibridarlo, resignificarlo y/o exacerbarlo hasta conducir la legitimidad que otorgan los ciudadanos en la dirección de sus propósitos totalitarios?

No es posible hacer un registro histórico. Sin embargo, podemos avanzar algunas hipótesis a partir de una perspectiva psicopolítica. Proponemos analizar tres herejías, dos de las cuales han sido combatidas por la Iglesia Católica mientras, la tercera, hipotética, se ha mantenido vigente de modo subterráneo, horadando el mensaje de Cristo y abriendo las esclusas de las conciencias de los cristianos al materialismo dialéctico de Marx. La síntesis de esta herejía es, qué duda cabe, la teología de la liberación. Pero vamos por partes.

La primera herejía de la que se sirve el progresismo es el nestorianismo (siglo V d. C.). Esta planteaba la existencia de dos personas separadas en Cristo encarnado, ligadas entre sí por una simple unidad accidental o moral. No podemos profundizar en la discusión zanjada por San Agustín con el concepto de una persona, entendida no como resultado de la mera unión, sino de la integración de dos naturalezas, la humana y la divina. Pero podemos sugerir, en el marco de nuestro análisis, que la herejía nestoriana presente en el sentido común de las elites eclesiásticas e intelectuales fue usada como vector fundante de la ideología de género. Y es que solo donde sea posible concebir dos naturalezas desconectadas entre sí, desintegradas, ¿opuestas?, es factible imaginar que se puede nacer en el cuerpo equivocado. Una sería la naturaleza biológica y la otra, la psicológica. Desde una óptica cristiana habría que concluir con los progresistas gramscianos que Dios se equivoca. Es decir, la ideología de género atenta directamente en contra de Dios. Ese es el verdadero blanco de la plutocracia globalista que anhela un reemplazo del cristianismo por el ecocentrismo, en el que la criatura queda al servicio de la Creación. Ese es el camino elegido por los progresistas para reducir a la especie humana y ser ellos los dueños del mundo.

La segunda herejía, también condenada por la Iglesia Católica es el pelagianismo (siglo V d. C.). Sobre los pelagianos, seguidores de Pelagio, monje británico, San Agustín afirmaba: “Opinan que el hombre puede cumplir todos los mandamientos de Dios, sin su gracia. […] [Entienden que] la gracia de Dios, sin la que no podemos realizar ningún bien, es el libre albedrío que nuestra naturaleza recibió sin mérito alguno precedente. Dios, además, nos ayuda dándonos su ley y su enseñanza para que sepamos qué debemos hacer y esperar. Pero no necesitamos el don de su Espíritu para realizar lo que sabemos que debemos hacer”.

Siempre desde la perspectiva psicopolítica gramsciana sugerimos que el transhumanismo corresponde a una exacerbación del pelagianismo. Miklos Lukacs, en su libro Neoentes, describe a este movimiento cultural e intelectual cuyo objetivo es “mejorar” la naturaleza humana a través de la incorporación de biotecnología, robótica, inteligencia artificial, etcétera. Las “mejoras”, en sus palabras, “incluyen la erradicación del envejecimiento y el potenciamiento de las capacidades intelectuales, físicas, psicológicas y morales del ser humano”. Estamos ante el homo deus que afirma poder crear el mundo mejor que Dios mismo.

Finalmente, abordemos la tercera herejía que hemos dicho es hipotética, dado que no ha sido denunciada por la Iglesia Católica como tal. Sin embargo, aunque incomode, es esencial dejarla en evidencia, puesto que ha servido a la captura que el marxismo ateo y anticristiano ha hecho de las conciencias de miles de prelados y laicos, contribuyendo al triunfo de una ideología que destruye al ser humano y reduce nuestro mundo a cenizas. Con esta tercera herejía de carácter hipotético nos referimos a la exultación de los débiles y el desprecio de los fuertes; a la santificación del pobre y la condena del rico; a la pretensión de hacer justicia divina en la realidad mundana con la espada del resentido y el báculo del soberbio, cuya pretensión es la misma que la del homo deus transhumanista, pero en la versión trasnochada de ese socialismo que transpira envidia y se alimenta de rencores. Es esta la faceta del cristianismo que Friedrich Nietzsche denuncia como la “voluntad de los enfermos de representar una forma cualquiera de superioridad, su instinto para encontrar caminos tortuosos que conduzcan a una tiranía sobre los sanos”. Y también es esta tercera herejía hipotética la que ha volcado al sentido común a favor de la agenda progresista. Su expresión política actual la encontramos en el victimismo y sus sucedáneos: el feminismo, la política identitaria, el wokismo y, en general, todo el acervo con el que están destruyendo nuestra maravillosa civilización bajo el pretexto de proteger y defender a “la víctima” de cualquier cosa. No importa si lo es del explotador, del hombre, de la historia o de la norma binaria. Lo que importa es ser bueno y compasivos con la víctima e inmolarnos dándole en el gusto a los manipuladores gramscianos que ya se regocijan con el éxito de su Nuevo Orden Mundial. Quizás haya llegado el momento de denunciar esta herejía también, antes de que nuestra civilización quede sepultada bajo el peso apocalíptico del totalitarismo globalista.