22/04/2024 | Por Eduardo Mackenzie | @eduardomackenz1

Al final de la histórica jornada nacional de protesta de este 21 de abril, el insidioso santismo le envió a Gustavo Petro un rápido y desesperado mensaje: presidente saque partido de las manifestaciones de hoy proponiendo a la clase política “un acuerdo que le permita sacar algunas reformas adelante y modificar otras” para triunfar sobre las mayorías inconformes.

María Margarita Zuleta, santista de élite y directora de la ostentosa Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, planteó eso ante los micrófonos de Caracol Radio. Sin sonrojarse, ella dio a entender que Petro es alguien que puede “consolidar un nuevo liderazgo” y “generar unos acuerdos nacionales distintos”.

La doctora Zuleta no parece haber entendido qué ocurre en Colombia desde hace 20 meses, ni qué pasó ayer en Colombia. O sí lo descifró, pero ve que, pese a todo, aspirar a un cargo en el moribundo régimen no es una mala idea.

Claro, es posible que nos equivoquemos y que ella sea víctima de un acceso de candor. Paca Zuleta, como le dicen sus amigos, le ruega a Gustavo Petro que “gobierne mejor” y que “escuche a la calle”.

Ella estima que la maligna especificidad de este gobierno es puro cuento, que se trata más bien de una administración desordenada, pero de buena fe. La violencia reinante y las vastas operaciones destructivas del tejido democrático-liberal, económico y social que los colombianos sufren cada día es, según ella, propaganda opositora.

Si esa es la ciencia política y “de gobierno” que enseña la Universidad de los Andes es hora de que sus alumnos pidan una rebaja de matrículas.

Millones de colombianos salieron ayer a las calles para reafirmar lo contrario: “Petro se te acabó el tiempo, tu gobierno colapsó, no puedes continuar”. La conclusión de todos es: “¡Juicio a Petro!”, “¡Fuera Petro!”. Las consignas que atravesaron ayer al país de norte a sur y de oriente a occidente fueron esas. Pero los petristas no ven nada y esperan que su líder pueda explotar una “ventana de oportunidad” para perpetuarse en el poder.

La idea de embolatar al pueblo una vez más, ilusionándolo con un “nuevo curso”, con una “actitud diferente” hace parte del arsenal manipulador de los cerebros del extremismo, visibles o no, para atajar el derrumbe del régimen marxista.

Petro ya despilfarró la posibilidad de negociación con el país y no ve cómo retroceder. Todo está sobre la mesa: él quiere clausurar el Congreso y gobernar solo y realizar su agenda totalitaria por decreto.

El presidente respira por la herida: en lugar de inclinarse ante la ciudadanía la insultó copiosamente: los que salieron a las calles son “los ricos” y “los blancos” y no fueron sino “250 000 en todo el país”. ¡Diablos, qué uso raro de la aritmética! Y acudió de nuevo al truco de victimizarse: “El proyecto democrático está en peligro. Aquí lo que quieren es tumbar al gobierno popular y matar el presidente”. Y reiteró: “No pueden pensar en democracia, solo el odio los mueve. Para ellos el voto no existió, solo piensan en el golpe de Estado porque no aguantan que el pueblo pobre y juvenil triunfen”, aseguró.

Petro deforma lo que puede para confundir a sus aliados externos. Pero éstos vieron la realidad del 21 de abril: millones de colombianos, jóvenes y viejos, de todas las capas, clases, profesiones, oficios, sindicatos y religiones salieron espontáneamente —ningún partido los convocó oficialmente, sólo unos activistas en las redes sociales— con sus banderas tricolores para cantar el himno nacional y repudiar pacíficamente, sin un solo disturbio, y en un ambiente de gran fraternidad, el desastroso gobierno que pretende despojarnos a todos de lo más valioso que tenemos: un sistema de libertades democráticas y de economía de mercado, con dificultades y todo pero mil veces superior a los socialismos atroces y hambreadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela que Gustavo Petro quiere reeditar aquí.

Nadie en la jornada de ayer pidió un “golpe de Estado”. Un proceso de destitución por violaciones flagrantes de la Constitución Nacional no es eso: es un trámite de lo más legal y justo que hay en nuestra democracia. El de Petro no es un gobierno popular. Es el carrusel detestable de una casta voraz y depredadora. El de Petro no es un “proyecto democrático”. Es la construcción de una vertical del poder al servicio de un dictador megalómano. Petro no representa al “pueblo pobre y juvenil”. Paga salarios a ciertos jóvenes extraviados como masa de maniobra en momentos electorales y como golpeadores e incendiarios para sumergir a Colombia en el temor y el caos.

Ese funesto papel está lejos de ser un “triunfo” de la juventud. Petro alega que fue elegido. Sabe, sin embargo, que hechos muy obscuros salpicaron su elección presidencial de 2022 y que las normas sobre los topes máximos de financiación de su campaña fueron violadas. Sabe que la documentación al respecto se acumula en una comisión especial de la Cámara de Representantes y que el país exige saber toda la verdad al respecto y ver la aplicación del artículo 109 de la Constitución Nacional.

La pérdida de investidura del presidente está al orden del día y ese fue el centro psicológico, político y moral de las históricas manifestaciones de ayer 21 de abril de 2024.