27/04/2024 | Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

El expresidente Belisario Betancur fue un ferviente defensor del modelo de Responsabilidad Social Empresarial (RSE), inspirado especialmente en la Doctrina Social de la Iglesia Católica que tanto ha influido en partidos políticos como la Democracia Cristiana.

Sobre ese tema nos concedió, cuando aún dirigía la Fundación Santillana en Colombia, la siguiente entrevista que será incluida en mi próximo libro: “Temas claves de RSE”, cerrando así una pequeña serie empresarial en la colección de mis Obras Escogidas que viene saliendo en Amazon.

Foto: Cortesía COLPRENSA

¿Ser responsables de qué?

Es obvio que la responsabilidad social no es sólo del Estado sino de los particulares. ¿Debe serlo, en verdad?

Sin duda tales acciones son resultado de exigencias éticas planteadas por las necesidades de la sociedad en su conjunto y, en particular, por los más desprotegidos. Es así como se crea el equilibrio en la trama del tejido social. La responsabilidad compete a todos, pero principalmente al Estado y a los empresarios.

¿Que los empresarios sean responsables de qué?

En ellos son fundamentales la visión, la audacia, la capacidad de identificar oportunidades, la prudencia y muy especialmente la responsabilidad y la eficacia. Pero tampoco se pueden sustraer a su responsabilidad social de aportar grandes orientaciones, fomentar la educación, fortalecer la inversión y la investigación, para reforzar, por ejemplo, la calidad de sus productos, así como su preocupación por la inserción de Colombia en una economía globalizada.

¿Qué tan necesario es el buen manejo de la economía para que puedan asumir esa responsabilidad social?

Hay que tener presente el apotegma elemental de que sin crecimiento económico no hay margen para adelantar políticas sociales que lleven bienestar a la comunidad. En ello tienen razón los empresarios… Una tasa de crecimiento elevada es la clave para romper las barreras del subdesarrollo. Cuanto más grande sea la torta, mayor es la tajada en el reparto.

Como el individualismo suele imponerse entre los empresarios, ¿cómo hacer para que contribuyan más a resolver los problemas sociales?

En esto mi posición es muy clara. Los empresarios y los dirigentes deben ser responsables socialmente, pero lo anterior no quiere decir que se les desmotive y se les persiga. Por ejemplo, los impuestos a las grandes fortunas hacen que los empresarios coloquen sus capitales en el extranjero. Sería una curiosa paradoja que mientras, por una parte, los invita a crear puestos de trabajo, emprender proyectos de construcción y democratizar la propiedad accionaria, les vaya a crear, por otra parte, impuestos sobre sus activos productivos. Los impuestos no deben golpear en exceso la producción ni los patrimonios de quienes se empeñan, en forma real, en hacer patria.

El balance social

A su modo de ver, ¿cuál debería ser la mayor preocupación social de nuestros empresarios?

Resulta fundamental preocuparse más por superar la desigualdad social y el empleo de mala calidad que se está observando en toda América Latina, de la mano del Estado que le debe brindar una seguridad normativa y física al inversionista.

De hecho, lo que más interesa a los empresarios es obtener utilidades en sus compañías, fuente del crecimiento económico y la generación de empleo. ¿Es censurable este afán de lucro?

Ese tipo de empresario pertenece al pasado y es cada vez más escaso.

¿El balance social de las empresas es tanto o más importante que sus estados financieros de pérdidas y ganancias?

Es bien sabido que las empresas exitosas no son solamente las que muestran mayores ganancias sino aquellas que destacan su liderazgo mediante la relevancia de lo social. El balance social es el instrumento a través del cual las empresas divulgan su rendimiento ambiental, social y económico. La rendición de cuentas sobre la gestión empresarial crea los cimientos de una política integral de responsabilidad social de la empresa.

La moral, regla de oro

Las cifras demuestran que la corrupción en el sector privado es alta, aunque no tanto como en el sector público. ¿Se han perdido, en fin, los auténticos valores éticos, morales, en las empresas?

No es que se hayan perdido los valores morales en las empresas o en algunas empresas. Es que el marchitamiento de los valores de la honestidad ha invadido todos los ámbitos. Por lo mismo, los gobiernos deben insistir en que sus funcionarios y los empresarios actúen con transparencia y honestidad. La garantía de limpieza en el manejo de la administración pública es factor clave de su eficiencia. El monto tremendo de la corrupción es un disolvente de la gobernabilidad.

Pero, ¿ser honesto sí es rentable?

La moral es regla de oro en los comportamientos de todo ser humano, por sí misma y porque es garantía de los unos frente a los otros. Este acatamiento a la norma moral trae beneficios a la administración del Estado. Yo diría que es el elemento catalizador de la gobernabilidad. Pero, aún más, la moral estimula la productividad y, por consiguiente, los márgenes positivos del balance social.

Por fortuna, los escándalos corporativos en el mundo han llevado a la necesidad de adoptar prácticas de buen gobierno, exigidas incluso por inversionistas internacionales…

El espectáculo de corrupción dado por grandes empresas en varios países del mundo ha llevado a los directivos empresariales al máximo rigor sancionatorio y a los gobiernos a crear mallas administrativas de vigilancia. La enfermedad se ha dado en los países ricos y en los países pobres. Es un mal colectivo. Los remedios tienen que ser drásticos e implacables. Deben ser ejemplarizantes.

Globalización al banquillo

Usted ha sido bastante crítico de la globalización, sobre todo desde el punto de vista social. ¿Por qué?

Partamos de la base de que la globalización es un fenómeno irreversible, que viene de atrás en el curso del tiempo. Como irreversible que es, se trata de hacerle frente en forma analítica, prudente, “para cosechar los beneficios de la globalización, mitigando al mismo tiempo sus peligros”, como dijo de manera acertada, en reciente seminario en Bogotá, la profesora norteamericana Ann Mary Glendon, ex decana de la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard y presidenta de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales del Vaticano.

Precisamente el avance de la globalización en el mundo parece sugerir que ahora sí se desató el capitalismo salvaje, cuestionado de tiempo atrás por la Doctrina Social de la Iglesia…

Repitamos que el fenómeno de la globalización es irreversible. Pero, digamos también que tal hecho hunde sus raíces en principios fundamentales señalados desde atrás por la Doctrina Social de la Iglesia, a saber: la destinación universal de los bienes materiales; la mutua pertenencia y constitución de los seres humanos y la realidad de un único género humano, de una única familia humana. Este bello análisis está en la introducción a la ponencia del jesuita Gerardo Remolina, rector de la Universidad Javeriana, en el seminario antes aludido sobre “Globalización con responsabilidad social: la visión de la Iglesia”. De tal enfoque se deduce algo evidente: que la globalización per se no es buena ni mala; sólo hay que saberla aprovechar.

¿En general, la globalización está llevando a que los países más ricos sean más ricos y a que los países más pobres sean más pobres, ampliándose así la brecha entre unos y otros?

Bueno, hay efectos negativos, pero los hay también positivos. Stiglitz, Premio Nobel de Economía, ha desglosado las bondades y las miserias de la globalización como realidad ineludible del mundo contemporáneo, el cual ya está interrelacionado, está conectado, gústenos o no nos guste. Es inescapable y las grandes potencias y los organismos multilaterales tienen la responsabilidad de evitar una hecatombe que destruya a los países débiles. Pero, también los gobiernos y los empresarios deben prepararse para enfrentar los grandes retos nuevos. Por eso el ahínco que pone la Doctrina Social de la Iglesia en señalar los riesgos y apuntar los correctivos.

Sin embargo, los defensores de la globalización atribuyen los problemas sociales de nuestros países a otros factores, como las malas políticas macroeconómicas…

Repito: hay aspectos negativos pero también la globalización genera beneficios para los países en desarrollo. En el caso de India y China, por ejemplo, más de trescientos millones de personas han logrado salir de la pobreza en los últimos quince años por su exitosa inserción en la economía mundial. No obstante, se requieren ajustes en el sistema económico y financiero para maximizar los beneficios y reducir los costos de este proceso, que es la transformación más importante en la actualidad.

Problemas en América Latina

En su concepto, ¿la globalización no permitirá resolver los problemas sociales de América Latina, como la pobreza y la desigualdad, sino que por el contrario tiende a acentuarlos?

La globalización daña, pero puede servir a América Latina. Entre las acciones para desarrollar, es fundamental abrir el mercado de los países de altos ingresos a los productos de nuestros países, aumentar los flujos de ayuda externa, incrementar la inversión en capital humano y establecer un sistema financiero internacional más estable.

¿Es necesario, además, reducir la pobreza en cumplimiento de las Metas del Milenio trazadas por la Organización de Naciones Unidas?

En América Latina el crecimiento económico se ha venido acelerando y la educación primaria es casi universal. Sin embargo, el crecimiento está todavía por debajo del potencial de otros países y ha estado sometido a un alto grado de volatilidad.

¿En Colombia, cómo estamos al respecto?

Aquí necesitamos crecer en forma sostenida a una tasa superior al seis por ciento anual, según lo identificó la Misión de Empleo del profesor Chenery (1918-1994) en 1984. Este nivel de crecimiento es fundamental para reducir el desempleo y los índices de pobreza. Hemos recuperado, es cierto, el dinamismo del avance, pero aún estamos rezagados.

Usted insiste en que haya globalización con equidad, con justicia social. ¿Por ende, los acuerdos comerciales deben ser justos? ¿Debe serlo el TLC con Estados Unidos?

Me remito de nuevo al pensamiento del padre Remolina, en cuya ponencia dijo que es preciso ayudar a nuestra sociedad a tomar conciencia del sentido profundo de la globalización tanto desde el punto de vista filosófico como ético. Así entenderemos mejor que los problemas políticos, económicos, sociales, ecológicos y culturales no pueden ser enfrentados individualmente sino de manera global y por empresarios creativos.

Visión del futuro

Por último, ¿cómo ve usted el futuro de América Latina en el marco de la globalización?

Veo a América Latina con optimismo razonable, marchando impetuosa hacia la conquista de su destino, con nuevos liderazgos que espero se apliquen con pragmatismo —el realismo aristotélico— a la búsqueda de respuestas idóneas, decantadas las explicables efervescencias coyunturales. Pienso, hoy y siempre, que los bloques de integración son parte de esa respuesta.

¿Y cómo ve el futuro de Colombia?

Soy un irreductible en mi fe en Colombia y en sus jóvenes dirigentes políticos, empresariales, académicos.

¿Usted es partidario de la mayor apertura en las empresas, de la democratización accionaria, acaso con la participación de los trabajadores, dentro de una economía social de mercado?

Siempre fui partidario de la participación accionaria de los trabajadores, regulada por la ley. Casos como el Grupo Carvajal demuestran su eficacia a partir de la madurez y armonía en las relaciones obrero-patronales. El caso de Indupalma es admirable y ejemplar. Y se trata de empresas altamente competitivas y rentables.

En síntesis, ¿Colombia debe ir más allá de la democracia política hacia una auténtica democracia económica y social?

En un país de tantas desigualdades sociales como Colombia, será poco todo lo que se haga por convertirlo en país de incluidos en vez de país de excluidos. Es decir, cuanto se haga por acercar los extremos irá en la dirección de hacer un país moderno, que sea una auténtica democracia política, económica y social.

¿Por dónde habría que empezar?

La base está en la educación, desde el hogar hasta más allá de la universidad, es decir, a la especialización tecnológica.


(*) Exdirector del periódico “La República”