7/05/2024 | CubaNet | Por Jorge Ángel Pérez

Sin dudas el sancocho (sobras para los cerdos), al menos en Cuba, es un signo de prosperidad. Las sobras podrían desentrañar la situación económica de una familia cubana.

Description: Jorge Ángel Pérez

En algunos sitios del mundo el sancocho es ambrosía. El sancocho, esa enjundiosa mezcla de carnes y viandas consigue, en su caliente juntera, que algunos comensales se chupen los dedos. En Cartagena de Indias, hace ya unos años, me invitaron a un sancocho y decliné de inmediato, y todo porque recordaba esa juntera de sobras que en Cuba le echamos a los cerdos, y a la que también llamamos sancocho, como los colombianos a su juntera de carnes y viandas.

En Cuba siempre fue común la cría de cerdos encerrados en corrales que se levantan en los patios, incluso en las azoteas de quien no tiene patio. Y desde esos sitios de acomodo se escuchan los reclamos de los cerdos hambrientos y encerrados. En Cuba se hacen comunes los chillidos del cerdo hambriento que criábamos en casa y que en muchos casos hasta acariciábamos como si se tratara de una mascota.

Nuestra relación con los cerdos se volvió muy particular, fue casi de dependencia, y mucho más cuando Fidel Castro se hizo dueño del poder y nos mostró el hambre y todos sus pesares. Y tan particular se tornó la “crianza” de los cerdos en la Isla que hasta mostramos, con mucho orgullo, los avances del animal en su engorde y crecimiento. La familia hacía notar las libras que iba ganando el puerquito en su “plan de ceba”.

En Cuba nos jactábamos tanto de esas atenciones que hasta parecería que hablábamos de un ser humano. “Estoy criando un puerquito en casa para cuando la niña cumpla los 15 años”, así escuchábamos decir con muchísima frecuencia. En Cuba también se hizo común la crianza de pollos, carneros, chivos, guanajos… para garantizar nuestra sobrevida.

En casi todos los patios cubanos, incluso en algunos apartamentos, se podía mirar “la cubeta del sancocho” sin que importaran sus fétidos olores, y tampoco se atendía a la avalancha de moscas y guasasas. En esos años la sobra que quedaba en el plato tenía una heredad. Todo lo que quedaba tenía una descendencia.

Nuestras sobras comenzaron a tener un extra, ellas hacían el viaje del plato al tanque de las sobras. Residuos de arroz, frijoles, un pedacillo de pollo que el bebé no quiso tragar, el fragmento de ají que quedó pegado a la loza del plato… Y todo cuanto quedaba iba a parar a la lata de sancocho y luego a la barriga del “puerquito de la familia”, y finalmente a la familia y a su entramado estomacal.

Así fue en un pasado ya lejano y también en otros relativamente cercanos. Así fueron las cosas hasta la llegada de estos días de sombras, estos días sin sobras. En estos días en los que quien hace el fregado tras “las comidas” no tiene nada que poner en “la cubeta del sancocho” que antes acogiera los nimios residuos de cada uno de esos platos.

En estos días no hay sobras, ya no quedan residuos en los platos. En estos días cubanos el plato podría ser devuelto al platero sin que antes hiciera el camino al fregadero. Y hay días en los que ni siquiera un visillo de grasa los empaña. En estos días el maleducado y hambriento no puede pasar la lengua a la loza para llevarse el último vestigio de comida. En estos días es atrapado, entre los dedos, hasta el último granito de arroz.

Si es escaso el arroz, si se pierden los frijoles, si la carne tiene precios que llegan a la estratósfera, todo eso tributa a favor de tener una vajilla limpia que no corre el riesgo de quebrarse durante el fregado, y es por eso que pienso en el famélico futuro inmediato de nuestros cerdos. Los cerdos conocerán también, y quizá más que todos, la crisis que se vive en la Isla, en una Isla en la que he visto a alguien lengüeteando el plato.

Y todo eso ha conseguido que el sancocho se venda, que se anuncie en las redes sociales la venta de sancocho. Yo mismo encontré un anuncio que lo anuncia. Yo encontré en las redes algo que parecía, más que todo, una proclama.

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(Captura de pantalla)

En esta Cuba de ahora mismo, y en las redes sociales, he visto ese anuncio que nos hace saber de la venta de una cubeta que contiene 20 litros de sancocho, y que el precio de todo el contenido de la cubeta es 3000 pesos cubanos. Sin dudas nuestros cerdos tendrán un famélico futuro, nuestros cerdos, más que carne, nos darán lástima.

Nuestros cerdos ya son tristes y muy hambrientos. Nuestros cerdos tienen un futuro de hambres. Nuestros cerdos no alcanzar gruñir para llamar a sus cerditos llegada la hora de mamar. Nuestros cerdos hambrientos, caquécticos no darán grasa, no darán carne. Nuestros cerdos conseguirán despertar nuestra compasión.

Sin dudas la sobra es un reflejo del bienestar. La sobra es prosperidad. La sobra es una de prueba de que hubo algo para comer, y que no era poco si es que quedaron restos para echar en “la cubeta del sancocho”, mientras que la venta de sancocho es un signo de que las cosas están muy mal para algunos, sobre todo para esos que dejaron vacíos sus platos, sin un granito de cualquier cosa.

Las sobras solo existen en las mesas de los jefes. Y por eso me he puesto a imaginar la mesa de Ulises Guilarte de Nacimiento, el secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba. El Ulises es un obeso, y la obesidad, al menos en Cuba, no se consigue con los productos de la “canasta básica”. Lazo tiene unas cuantas libras de más, pero no sé de alguien que lo mirara en una cola luchando su comida.

Miguel Mario y Lis, su señora esposa, están rollizos, tienen muchísimas libras de más, y por eso me pregunto si con ellos podría yo negociar el sancocho para comprarme luego un puerquito que pueda cocinar el año que viene, en mi cumpleaños, o en otra ocasión muy señalada.

Sin dudas el sancocho, al menos en Cuba, es un signo de prosperidad. Las sobras podrían desentrañar la situación económica de una familia cubana. Las sobras que se juntan para hacer el sancocho son una prueba del bienestar o la miseria en una familia cubana que no podrá criar el puerquito porque no tiene con qué alimentarlo, porque no puede comprar ese sancocho que ya se vende en Cuba al increíble precio de 300 pesos, y que es todo un lujo en la Cuba de los Castro.


Jorge Ángel Pérez
(Cuba) Nacido en 1963, es autor del libro de cuentos Lapsus calami (Premio David); la novela El paseante cándido, galardonada con el premio Cirilo Villaverde y el Grinzane Cavour de Italia; la novela Fumando espero, que dividió en polémico veredicto al jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2005, resultando la primera finalista; En una estrofa de agua, distinguido con el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del Premio Alejo Carpentier de Cuento 2009 y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas