Medellín, 20/05/2024 | Por Rafael Uribe Uribe | ruu34@yahoo.com

Dedico los apartes de este discurso del general Rafael Uribe pronunciado en el congreso en 1896 a muchos de los congresistas actuales que desconociendo la ética y la moral han vendido sus conciencias a la mermelada, puestos y contratos, traicionando la patria.

(…)Montañés agricultor, me declaro de antemano incapaz de hacer frases y de disfrazar mi pensamiento con las gafas de la retórica y con rodeos del disimulo… no será culpa mía si la verdad —de suyo desagradable y amarga para gentes predispuestas a no oírla, porque contra ellas va— resulta aún más repulsiva por la desnudez con que no podrá menos de presentarla quien no ha aprendido a hacerlo de otro modo…

(…) Si no fuera porque algún quisquilloso podría acusarme de faltar al respeto a la Cámara, diría que bien pocos somos aquí aquellos cuyos nombres hayan surgido realmente de la urna, como expresión verdadera y auténtica del querer popular, y que bien pocos somos, por tanto, los que podemos reivindicar con orgullo el título de representantes legítimos del pueblo colombiano…

(…) Pero prefiero solamente decir que si la representación ha de ser como la del país, sorprendente de exactitud, de modo que de cuanto en la nación existe, o se conserva con vida individual o colectiva, se halle aquí la imagen reducida; y si no solo individuos naturales, sino grupos o comunidades sociales deben tener defensores y voceros aquí, sea cual fuere el sistema electoral, creo tener razón para preguntar, en primer lugar, ¿quién puede asimilarse aquí a representante de los vastos intereses del comercio, porque los miembros de ese poderoso gremio se hayan empeñado en designarlo para ese fin? Si mañana los agentes del ejecutivo piden aquí la sanción de medidas perjudiciales a ese comercio, como alteración de las tarifas aduaneras, por ejemplo ¿habrá aquí quien se exponga a descontentar la voluntad del gobierno por defender los intereses mercantiles? ¿Quién puede decirse aquí vocero de la extensa y noble clase de los agricultores colombianos, porque un acuerdo de ellos haya contribuido a conferirle su mandato? Si mañana se pide aquí la supresión del derecho sobre exportación del café, o la regulación del impuesto territorial, y el ejecutivo hace saber que considera personalmente ofensivo que se le prive de aquella pingüe renta, o que se modere la otra, ¿se sobrepondrá alguien aquí a esa manifestación imperiosa para no tener en cuenta sino las necesidades de la agricultura? ¿Hay alguno aquí especialmente instruido de las angustias de la clase obrera —industriales, artesanos y jornaleros de las ciudades y los campos— y dispuesto a formular sus quejas o proclamar las reformas indispensables para mejorar su triste suerte? ¿Quién habla aquí imparcialmente y con conocimiento de causa por el capital o por el trabajo, por los intereses rurales o por la navegación, por las universidades y la instrucción pública, por la minería o por las vías de comunicación, por asociaciones de intereses económicos, ni siquiera por la Iglesia? En suma, ¿es esta representación espejo fiel en que el pueblo colombiano se haya complacido en reproducirse tal como él es?

Acompañadme a confesar que pocos somos los que en estos bancos nos sentamos que no representemos meramente los proyectos ambiciosos de los mandatarios, las aspiraciones egoístas de la burocracia o los intereses bastardos de la política de opresión y explotación; acompañadme a reconocer que aquí no se contempla sino el más absoluto olvido y desamparo de los más vitales intereses del pueblo colombiano y acompañadme a declarar, en fin, con franqueza, que aquí no se columbra, en definitiva y salvo honrosas excepciones, tras el sofisma del mandato popular, sino a los agentes incondicionales y sumisos de un amo.

No atribuyáis mis palabras a propósito deliberado de ofender. Lo que sucede no es sino resultado del espíritu del tiempo, y pocos son los que en ello les cabe responsabilidad personal. Solo los que estamos fuera de la viciada atmósfera en que se mueven los elementos oficiales, podemos distinguir lo que se oculta a quienes de continuo la respiran y a quienes la densidad de ella acorta la vista. Mas como la mentira prolongada produce el efecto de hacer creer en ella a sus mismos inventores, no quiero dar a mis observaciones más alcance que el de advertir a la mayor parte de mis honorables colegas que, al mandar escribir sus biografías, no se hagan llamar “Representantes del pueblo en 1896”, sino solamente lo que son, lo que han querido ser, lo que están y seguirán siendo: “Delegados del Ejecutivo”…

(…) Pero lo que más le arrebata ese carácter es la presencia en su seno de evidentemente espurios, usurpadores de puestos que en modo alguno les corresponden. Por eso vengo a ver si la Cámara quiere no acabar de desvirtuarse sancionando la obra del fraude audaz y cínico; vengo a ver si quiere no hacer por completo írritos, nulos y sin alcance legal sus actos, admitiendo en su recinto a particulares que se presentan en él con menos títulos que el primer transeúnte de la calle a quien se le antojase entrar, tomar asiento entre nosotros y deliberar…