22/05/2024 | Los Irreverentes

Los diccionarios de la ciencia política definen al despotismo como la forma de régimen cuya naturaleza es ser el gobierno de un solo individuo, según su capricho y basado en el principio del terror.

Otros autores apuntan que el despotismo degenera en la tiranía.

Por su parte, la Real Academia Española, define al déspota como la persona que gobierna sin sujeción a la ley, o que trata con dureza a sus subordinados y abusa de su poder o autoridad.

Esta semana, Petro anunció que su nuevo embajador en los Estados Unidos será el señor Daniel García-Peña, persona que desde siempre ha sido muy cercana a la banda terrorista M-19.

Será la primera vez que Colombia esté representada en Washington por un sujeto de extrema izquierda y con evidentes vínculos con un grupo terrorista que atentó contra los intereses estadounidenses.

No puede olvidarse que el M-19 mantuvo en calidad de secuestrado, durante varios meses, a Diego Cortés Asencio, embajador de EE. UU. en Colombia durante la toma criminal de la embajada de República Dominicana en Bogotá, a comienzos de la década de los 80 del siglo pasado.

Al margen de esa situación, que es suficientemente delicada, hay un antecedente que llama poderosamente la atención, y que tuvo lugar cuando Petro fue alcalde de Bogotá.

Corría el mes de junio de 2012 y Petro tomó la decisión de echar a la señora María Valencia Gaitán —esposa de García-Peña— quien se desempeñaba como Secretaria de Hábitat de la capital colombiana.

El próximo embajador montó en cólera y redactó una larga misiva en la que le enrostró al entonces alcalde y hoy presidente, todo lo que había hecho por él. Le recordó su “lealtad”, pero fue más allá al ponerle de presente su ignorancia: “Soy testigo de cómo María te enseñó [a Petro] el término revitalización y su diferencia con la renovación urbana tradicional; cómo te contó por primera vez quién era Le Corbusier y te ilustró sobre la historia urbanística de Bogotá antes y después de 1948…”.

En su escrito, con tono y forma de catilinaria, García-Peña no dudó en calificar al destinatario de indecente: “… Es obvio que como Alcalde tienes la potestad y toda la libertad para decidir quiénes deben hacer parte de tu equipo y determinar con quién te sientes cómodo o no para trabajar. Pero lo mínimo, por decencia, era tener la valentía de poner la cara, hablar con la persona, agradecerle sus aportes y no permitir que sean informados de sus despidos por los medios masivos de comunicación”.

Y cerró sentenciando que “un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota…”. Imposible una mejor definición de lo que es Petro: un sucio y despreciable déspota.

Ha pasado poco más de una década desde que Daniel García-Peña escribió esa carta. Petro sigue siendo igual: tosco, profundamente ignorante y evidentemente autoritario. En vez de cambiar, su temperamento ha empeorado. Todos lo notan menos el otrora indignado García-Peña que parece estar sufriendo un ataque de amnesia, pues es la única explicación que hay para comprender por qué ha aceptado ser el enviado de Petro ante el gobierno de los Estados Unidos. O quizás la indignación se borró cuando supo que ingresaría a la nómina oficial porque al fin y al cabo esa es la sucia estructura moral de los socialcomunistas que se venden por cualquier cosa.