Domingo 7/01/2024 | Por Pbro. Diego Alberto Uribe Castrillón

El año va comenzando, en este camino nos espera en el almanaque algo que dice puente de reyes; obviamente que de inmediato se recuerda la fiesta solemne en la que se conmemora la visita de los Magos a Jesús, según la narración que encontramos en el segundo capítulo del Evangelio de San Mateo. Pero la trascendencia de esta fecha está marcada porque esa visita, narrada en breves pinceladas, deja al corazón varias lecciones. Para muchos es el fin de las fiestas navideñas, marcando el retorno a una cotidianidad pesada y llena de presagios, sobre todo en la realidad de nuestra patria.

Pero optemos por leer la fiesta desde la curiosidad de los regalos ofrecidos al Niño. La narración bíblica es escueta y a la vez sugerente, porque nos remite al cumplimiento de unas profecías que se leen justamente en la solemnidad llamada Epifanía y que han dado pie a admirables expresiones de todas las artes y a sublimes interpretaciones de sabios maestros. Intentemos comprender este bello pasaje.

El oro siempre ha atraído el corazón humano. Tenerlo es obsesión, poseerlo es enfrascarse en el conflicto de guardarlo, cuidarlo, gastarlo y hasta esconderlo; brilla con un encanto singular y atrae hasta provocar una obsesión insaciable que desborda la vida, que provoca horrorosas explotaciones, que ha asolado los campos y envenenado las fuentes. Y lo que le pasa a la tierra le pasa al corazón, porque el metal que no se oxida si logra oxidar la conciencia, envenenar el alma, hacer derramar lágrimas y sangre inocente. ¿Será que algún día lograremos descubrir lo que significa puesto a los pies del Niño de Belén como expresión de ese desapego de las cosas, de esa aspiración a bienes que no enloquezcan el corazón?

Qué dicha que el mismo afán que se tiene en conseguir el áureo tesoro que desvela al mundo se transformara en un raudal de caridad, en un festín de misericordia que le enseñe al mundo a transformar los recursos en algo más eficaz que el respaldo de las finanzas, qué alegría sería aprender a tenerlo para dar, a poseerlo para aliviar la miseria, a volverlo pan y a transformarlo en generosidad eficiente, gozosa, como la de los que en el secreto de tantas obras de misericordia saben calmar el dolor del mundo, así algunos solo sueñen con la belleza externa de muchas cosas ignorando el torrente de caridad que hay en el mundo.

El Incienso como regalo no creo que lo llevaríamos hoy a ningún recién nacido. Es una sublime ocurrencia de los misteriosos sabios que llegaron a Belén siguiendo una estrella y cumpliendo a la letra la voz de los profetas que como Isaías (60,6) los ven llegar desde Arabia, de Saba o de Madián y Efá, como repasándonos una geografía que une junto a una cunita lugares remotísimos como Tarsis que dicen que queda bien lejos de Belén y que ven, como en el salmo 71 a unos monarcas postrados delante del Señor de la gloria.

Hoy el incienso está carísimo. Su aroma hace solemnísimo el culto y le propone al corazón algo sublime y místico. Pero puede generar también un diverso significado. A veces se habla de la exquisita resina para recordar una actitud humana empalagosa que tiene como objeto la adulación, la intención de colmar de alabanzas a seres efímeros y de encumbrar a los mortales con el riesgo de que al elevarlos queden encaramados en la fragilidad de los ensalzadores que no vacilarán en dejarlos desplomar cuando aparezca la oportunidad de rodear con zalameros elogios al primero que aparezca ofreciendo otras glorias.

Qué dicha que sigamos elevando la espiral perfumada de la oración y de la alabanza pero en honor del que la merece porque nos ha colmado con su infinito amor. Qué bueno fuera que de un corazón hecho brasa de ardiente alegría surgiera constante y gozosamente el tributo de alabanza al Dios que todo lo puede y pusiéramos a los pies del Señor de los Señores las coronas de esta tierra, todas efímeras, todas dramáticamente marcadas por la temporalidad de las glorias de este mundo.

La mirra sí que es un regalo bien extraño. Hoy no cabría en la canastilla de ningún infante, porque es una resina que, como cosa curiosa, cuando aparece en la Biblia se le reconoce como un aroma que combinado con aloe y acacia son los bálsamos de un rey que es cantado en el Salmo 45. Mirra era el cargamento de los Ismaelitas que compraron a José en el libro del Génesis 37, 25 y también el regalo que Jacob envía (Génesis 43,11) al gran señor de Egipto, el mismo que habían vendido sus hermanos; otros pasajes la mencionan incluso en la receta del incienso del Éxodo 30. El curioso regalo llevado al niño volverá a aparecer en la Pasión mezclado con vinagre, y esto sí que es un signo que interpreta perfectamente el don, como lo contará Marcos 15 23 o también Juan 19,39).

La Mirra mezclada con vinagre nos recordará que así son los placeres de este mundo, porque primero seducen, embelesan y deleitan y luego se vuelven amargos porque terminan hastiándonos y revelando la dolorosa realidad de la fragilidad humana.

Hoy hay tanta mirra desperdiciada en el corazón de este mundo nos embelesa lo pasajero, la gloria humana es un perfume que se fija muy bien aparentemente pero luego se desvanece. Los soberanos orientales la usaban para seducir e impresionar y luego tenían que ir a mendigarle su prodigiosa virtud para evitar la corrupción.

Así es también la gloria de este mundo y por ello la Mirra a los pies del Niño nos advierte que solo seremos felices cuando aprendamos que lo único que perdura es el perfume de la compasión, que la gran enseñanza del Niño de Belén es que aprendamos a ungir las heridas del mundo con el aroma eterno de la misericordia; que no se nos olvide que la mirra más fina está escondida en el corazón de alguna ignorada misionera que enjuga las lágrimas de algún desvalido o en el corazón del servidor fiel que tiende la mano para rescatar del horror de la violencia a algún hermano herido en esta Colombia llena de tumbas, o en la Tierra Santa, o en África o detrás de nuestra propia casa… es por eso que la mirra la van a llevar al Calvario

Pausa en la Pausa

Aunque nos quedó larguita esta Pausa, vale la pena tratar de comprender que significa traerle a este mundo el regalo del oro de la caridad, del incienso de la piedad, de la mirra de la compasión. Los Magos ya se fueron, quedamos nosotros para consolar nuestra historia, no nos dejemos arrebatar la dicha de servir y amar.