27/02/2024 | Nueva Revista | Por Francisco Cabrillo

El que fue premio Nobel de Economía defendió el mercado libre como la mejor fórmula para lograr la prosperidad

Milton Friedman en 2004. Foto: CC Wikimedia Commons elaborada en canva.com

Milton Friedman. Junto con John Maynard Keynes, Milton Friedman (1912-2006) es el economista más influyente del siglo XX. Su trabajo fue fundamental en el giro hacia el libre mercado que definió la década de 1980, por su defensa del capitalismo y la libertad.

Hay razones sólidas para pensar que Milton Friedman fue el economista más importante de la segunda mitad del siglo XX. No es sorprendente, por ello, que, dieciocho años después de su fallecimiento, se publique una biografía extensa y documentada como la que hoy reseño. Para conocer la vida de Friedman y el ambiente en el que se desarrolló su extensa carrera disponíamos ya de la peculiar autobiografía que escribió a medias con su mujer Rose, publicada con el título Two Lucky People. Memoirs (Chicago University Press, 1998). Y utilizo el término «peculiar» con toda intención, porque no es habitual que dos personas presenten sus autobiografías en un solo libro; y más sorprendente aún es la forma en la que lo hicieron en este caso. Parece que, inicialmente, la idea era escribir el libro de forma conjunta; pero, a pesar de haber vivido felizmente casados durante muchos años y haber colaborado en dos libros importantes como Capitalismo y libertad y Libertad de elegir, no lograron ponerse de acuerdo en muchos aspectos y optaron por la solución de que cada época de sus vidas fuera explicada por Milton y Rose en capítulos diferentes.

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Jennifer Burns: «Milton Friedman. The last conservative». Farrar, Straus and Giroux, 2023

El libro de Jenniffer Burns es, lógicamente, algo muy diferente. Se trata de una biografía canónica, que se convertirá, sin duda, en obra de referencia sobre nuestro personaje durante bastante tiempo. A quien conozca la figura de Friedman el subtítulo del libro —«El último conservador»— puede resultarle un tanto sorprendente. En primer lugar, porque no parece que el término conservador sea el más adecuado para definir al personaje; y, además, porque, si lo fuera, difícilmente podría decirse que fue el último representante de esta ideología. Por ello la autora se ve obligada a justificar su elección del título. Señala que escogió esta expresión teniendo en mente el lenguaje norteamericano, no el europeo. En nuestro continente definiríamos a Friedman como un liberal; pero es bien sabido que en los Estados Unidos el término liberal caracteriza a alguien con ideas cercanas a la socialdemocracia, de las que ciertamente nuestro personaje estaba muy lejos. Y dice que fue el último porque el pensamiento de la derecha norteamericana ha cambiado bastante en los últimos años, alejándose con frecuencia de los principios del mercado abierto y el libre comercio internacional que siempre defendió Friedman. Apoyaba éste, sin duda, al partido republicano; pero sus ideas tenían poco que ver con programas nacionalistas o proteccionistas como los que inspiran en nuestros días a políticos como Donald Trump, por citar sólo el caso más representativo de la transformación experimentada por el Grand Old Party, es decir el partido republicano norteamericano.

Documentación inédita

Burns no es economista, sino profesora de historia en la universidad de Stanford y fellow de la Hoover Institution, el centro de pensamiento liberal ligado a dicha universidad, en el que Friedman pasó la última parte de su vida activa (entre 1977 y 2006) y donde se conserva su archivo; y se guardan también los papeles de Hayek y los registros de la Mont Pelerin Society, en la que ambos economistas coincidieron desde su creación en 1946 hasta el final de sus días. Esto le ha permitido manejar mucha documentación de primera mano, inédita en algunos casos, que contribuye a aumentar el interés de su obra. Pero, además, ha estudiado con gran detalle la evolución de la vida de su personaje tanto, su evolución intelectual y académica como sus actividades como personaje público muy relevante tanto en los Estados Unidos como en otros países, en especial a partir de la década de 1970.

A muchas personas que tengan ya algunos años la figura de Friedman les resulta, seguramente, familiar, aunque no sean economistas. Mucha gente vio en su día sus programas de televisión y oyó hablar de las críticas que sus propuestas de liberalización de la economía recibieron en diversas partes del mundo, en especial cuando se le acusó de inspirar la política económica del gobierno de Pinochet en Chile. Pero la historia que de este supuesto asesoramiento se cuenta parece no tener mucho que ver con la realidad. Es cierto que Friedman se entrevistó con el general en una breve visita que realizó al país el año 1975, dos años después del golpe de estado que lo llevó al poder. Nada demuestra, sin embargo, que la relación entre ambos fuera más allá. Y, como señalaba nuestro economista, algún tiempo después, en 1981, hizo un viaje a China, donde formuló las mismas recomendaciones de reforma económica, que había expuesto en su día en Chile. Por ello, cuando regresó de este viaje a los Estados Unidos no dudó en dirigirse a los medios de comunicación para preguntarles por qué no repetían las críticas que le habían dirigido cuando estuvo con Pinochet, poniendo así de relieve la doble vara de medir de muchos periódicos y programas de televisión de su país.

La anécdota más conocida de este aspecto de su biografía, narrada también lógicamente por Burns, es el incidente que tuvo lugar en Estocolmo el año 1976 en la ceremonia de entrega de los premios Nobel. Es difícil encontrar a algún economista que haya recibido este premio con más méritos académicos que Friedman. Pese a ello, un asistente gritó en la ceremonia: «¡Friedman, go home!». Eso sí la reacción de quien presentaba el acto salvó la situación, cuando comentó, ante la sonrisa del propio galardonado: «bueno, podría haber sido peor».

Este es el Friedman de los medios de comunicación y los debates políticos. Pero él nunca consideró que éste fuera el principal aspecto de su actividad como economista. Tratando de definir su propia obra escribía: «el público en general me conoce especialmente por mi papel en la política pública y por mis escritos, junto con Rose, sobre política pública y filosofía política. A estos temas he dedicado una parte de mi vida, pero no ha sido ésta mi vocación. Mis principales publicaciones tratan, fundamentalmente de economía técnica y, en un grado algo menor, de estadística. La política pública siempre ha sido, para mí, una actividad a tiempo parcial». Si bien a continuación añadía, «pero la economía técnica y la política pública están conectadas íntimamente. Cada cuestión de política pública tiene dos etapas: predecir las consecuencias de la política que se sugiere y evaluar tales consecuencias como positivas o negativas. El primer paso es terreno de la ciencia; el segundo, de los valores. La distinción es fácil de establecer, pero en la práctica es muy difícil impedir que ambas etapas estén interconectadas».

Economista empírico

De hecho, Friedman fue, ante todo, un economista profesional, que trabajó con gran éxito en la construcción de una teoría original, que se apartaba en buena medida tanto de la dominante en su época como de muchos modelos desarrollados en las últimas décadas, cuyos autores no han considerado como una cuestión relevante su aplicación de sus teorías a la resolución de problemas reales. Friedman fue siempre un economista empírico, que valoró, ante todo, la capacidad predictiva de la teoría en problemas relevantes para los particulares y las empresas.

Una de las virtudes del libro de Burns es la descripción del mundo y el marco intelectual en los que se desarrolló la obra de su personaje. Friedman nació en 1912 en Nueva York, en el barrio de Brooklyn, en una familia judía, que se trasladó al año siguiente a la localidad de Rahway (New Jersey), donde el padre abrió un comercio de confección textil. Como el joven Milton destacaba en la escuela, la familia hizo un esfuerzo económico para que pudiera ir a la universidad; ayuda que completó con su propio trabajo para costearse los estudios. Fue primero a Rutgers, donde mostró interés por las matemáticas y la estadística. Pero pronto se sentiría fuertemente atraído por la economía. Hay que tener presente que en aquellos años —principios de la década de 1930— el país había comenzado el largo período de depresión que, en la práctica, duraría hasta la Segunda Guerra Mundial.

Tras conseguir una beca, pudo cursar estudios de postgrado en la universidad de Chicago, ya entonces uno de los centros más prestigiosos en el campo de la economía. Esta estancia en Chicago cambió para siempre su vida, tanto personal como profesional. La primera porque en el curso de teoría de los precios coincidió con una joven, también judía, Rose Director, con la que pronto trabó una gran amistad y con la que acabaría casándose unos años más tarde. Rose era hermana de Aaron Director, ya entonces un economista prometedor que, con el tiempo, contribuiría en buena medida al desarrollo de la teoría económica de la competencia y al nacimiento del moderno análisis económico del derecho.

Antes de la guerra nuestro economista trabajó durante algún tiempo en Washington, colaborando, básicamente como estadístico, en programas ligados al plan económico del presidente Roosevelt. Se ha debatido alguna vez hasta qué punto el Milton Friedman de los años treinta, que seguramente votó por Roosevelt en 1936, fue un hombre del New Deal. Parece, sin embargo, que la respuesta tiene que ser negativa ya que, a pesar de su trabajo en la Administración Federal en aquellos años, no puede concluirse que fuera partidario de los principios económicos que la inspiraban. La experiencia fue, sin duda, importante para su evolución como economista. De hecho, años más tarde, solía decir que todo economista académico en los primeros tiempos de su carrera debería trabajar durante algún tiempo en la administración pública para poder entender bien su lógica de funcionamiento. Pero —añadía, con cierta ironía— ese período no debería ser largo ya que, si lo fuera, nuestro joven economista podría quedar incapacitado para desarrollar posteriormente un trabajo académico original.

Tras ejercer como profesor en diversas universidades en 1946 volvió a Chicago, con cuya universidad su obra está muy estrechamente relacionada. Podríamos dedicar mucho tiempo a discutir sobre la denominada escuela de Chicago, tema con respecto al cual existen muchas diferencias de opinión. Hay quien mantiene que la escuela de Chicago nació en los años 30, precisamente en la época en la que Friedman estudiaba allí. Pero Stigler —un protagonista indudable de esta historia— ha escrito que no tiene sentido hablar de una escuela de Chicago antes del final de la década de los 40. En resumen, no sabemos muy bien cuándo empezó, ni si realmente sigue existiendo o si la desaparición de profesores como Stigler, Friedman y algunos otros realmente significó el final de la mencionada escuela. Pero no cabe duda de que, si un economista la representa ante la opinión pública, éste es Milton Friedman. En sus años en Chicago, Friedman hizo algo que hoy resulta imposible en una universidad de élite: estar a cargo de dos cursos de postgrado tan fundamentales —y tan diferentes— como el de teoría de los precios y el de teoría monetaria. Y en ambos dejó una huella, importante, no sólo en Chicago, sino en todo el mundo. Su teoría de los precios se basaba en una aplicación del equilibrio parcial de Marshall, planteando problemas reales que resolvía con el instrumental de la microeconomía. Friedman estaba convencido de que el mercado libre es la mejor fórmula para lograr la prosperidad. Liberal convencido, nunca abandonó estas ideas e hizo mucho por divulgarlas más allá del mundo académico. Y en el campo de la teoría monetaria, fue la figura indiscutible de la escuela monetarista, que defendía la importancia del dinero en la economía, que la inflación era, ante todo, un fenómeno monetario y que había que reducir la discrecionalidad de la política monetaria para garantizar un crecimiento sostenido con precios estables.

Un rasgo interesante del libro de Burns es la idea de que la obra de Friedman no puede entenderse bien sin una serie de instituciones con las que estuvo relacionado y que contribuyeron a su objetivo de introducir cambios sustanciales en la teoría y en la política económica del siglo XX. Cuando empezó su carrera profesional, las políticas relacionadas con el New Deal del presidente Roosevelt dominaban tanto la política pública como las ideas de los departamentos de economía de muchas de las principales universidades del país. Y, en poco tiempo, la teoría keynesiana pasaría a ser el modelo más utilizado a la hora de analizar los problemas económicos. Lo que Friedman proponía era, como hemos visto, algo muy diferente. Y hay que señalar que no estaba solo en su visión claramente heterodoxa en aquella época. Pronto en los Estados Unidos se fueron creando organizaciones en favor del libre mercado, como el Volker Fund, la Hoover Institutions y muchas otras, con las que colaboró; y que le ayudaron a difundir sus propias ideas

Ya no es el director del espectáculo

Ante una figura de la relevancia de Friedman es inevitable terminar una biografía como ésta con la pregunta: ¿qué queda de la obra de Friedman en 2024, dieciocho años después de su muerte? Y la respuesta no es fácil. En favor de su vigencia en el siglo XXI suele mencionarse el hecho de que, tras las políticas de Paul Volcker en la Reserva Federal en los años ochenta del siglo pasado, pareció que se había conseguido vencer la inflación, y que una buena política monetaria era el instrumento adecuado para lograr mantener la estabilidad de los precios. Es decir, parecía que las ideas de Friedman se habían impuesto de forma definitiva.

Pero las cosas han cambiado muy deprisa en los últimos años. En 2020, el año de la pandemia del COVID, el presidente Biden dijo: «Milton Friedman isn’t running the show anymore!», (Milton Friedman ya no es el director del espectáculo). Y en buena medida tenía razón. Ese mismo año Jerome Powell —el presidente de la Reserva Federal— afirmaba, en una comparecencia en el Senado, que no había que preocuparse por el hecho de que la cantidad de dinero estuviera creciendo a una tasa muy elevada, ya que esto «no tiene implicaciones relevantes para la evolución de la economía»; es decir, exactamente lo contrario de una de las ideas fundamentales del modelo de Friedman. La frase no fue afortunada, sin embargo, ya que este crecimiento de la cantidad de dinero, que Powell consideraba poco relevante, fue la causa principal de la fuerte expansión de la inflación experimentada por los Estados Unidos que alcanzaría niveles desconocidos desde la década de 1980. Seguramente Biden tenía razón. Pero, visto lo sucedido, cabe pensar que, probablemente, las cosas habrían ido mejor si Friedman hubiera seguido siendo el director del espectáculo.