15/02/24 | Por: Carlos Granés | ABC España

Lo desgarrador es su nula capacidad para gestionar lo real y concreto.

Quienes tienen el hechizo del poder en América Latina no suelen ser políticos al uso, sino personajes desmedidos, con alma de visionarios o redentores más que estadistas o gobernantes tradicionales. Basta con pasar revista a los mandatarios actuales, tanto a los de derechas —Bukele o Milei— como a los de izquierdas —AMLO, Boric o Petro— para comprobarlo: ninguno de ellos llegó a la presidencia de su país para gobernarlo, sino para salvarlo. Tocados por la providencia se impusieron la misión de refundar sus países y hacer de su paso por la jefatura del Estado un hito, un parteaguas en la historia. Pero entre todos estos presidentes el caso más fascinante es el de Petro. Él es quien tiene una imagen más sobredimensionada de sí mismo, tanto que Colombia le queda chica y en consecuencia ha querido convertirse en un líder mundial y tutelar la causa contra el cambio climático. No solo intenta redimir a Colombia de 200 años de mal gobierno, sino la humanidad entera de su inminente extinción.

Nadie como él está tan persuadido de su propia bondad, de su hermosura moral y la urgencia de sus propósitos. Quiere cambiar el sistema económico mundial para que el capitalismo no devore el planeta. Quiere la paz para Colombia y el mundo, y no una “paz neoliberal” como la que firmó Santos con las FARC, sino una paz total que apacigüe de una vez y para siempre todos los focos de violencia en Ucrania, Palestina y el cosmos entero. Así lo expresó en un discurso ante la ONU. La humanidad después de oír su palabra debería saber que su misión es “expandir el virus de la vida por las estrellas del universo”.

Lo desgarrador en el caso de Petro es que la misión histórica que cree tener a cuestas contrasta con una nula capacidad para gestionar lo real y concreto. Mientras se eleva a otear desde el cosmos los males de la humanidad, su propio hijo se enriquece con dineros del narcotráfico y su esposa deambula de parranda por el mundo con un séquito de masajistas, maquilladores y estilistas que le ha costado al estado colombiano 112 mil dólares. El mismo se destaca por incumplir las citas de primer nivel con la excusa de que el presidente no madruga, y todo indica que ha encargado a Xavier Vendrell promotor del Tsunami Democratic, que repita su infame gesta acosando a los magistrados de la Corte Suprema en Bogotá. Pequeñez, mediocridad y violencia que contrastan con una verborrea seráfica.

La distancia abismal que hay entre sus ideales y sus logros, entre la imagen que tiene de sí mismo y sus capacidades reales, convierte a Petro en un personaje trágico. Condenado al autoengaño y al victimismo, achaca su inevitable fracaso no a su ineptitud sino al complot de los malos. Lo fascinante es que su desgarramiento es el drama humano por excelencia. Nunca estamos a la altura de nuestros deseos o ideales, nuestra imaginación siempre es más potente que nuestra voluntad. La fatalidad para Colombia es tener que presenciar esa tragedia humana en el palacio de gobierno.