24/03/2024 | Por Juan José Gómez

Mi última columna publicada en este medio el 14 del presente mes, bajo el título Colombianos: ¿acaso no se dan cuenta de que la dictadura ya comenzó a marchitar nuestra libertad?”, termina con el siguiente párrafo: “Son algunas más las acciones, omisiones, jugaditas y manifestaciones claramente indicativas de que (Petro) no gusta de la Democracia informada, ni de la separación de poderes, ni de los medios de comunicación analistas y críticos, ni de un Poder Judicial independiente y actuante, ni de un Congreso insumiso, ni de instituciones constitucionales que vigilan, controlan y sancionan; ni tampoco de una Constitución Nacional limitante que establece un sistema de pesos y contrapesos que garantizan el equilibrio en el poder y el correcto uso de éste en la búsqueda y el logro armónico del Bien Común, por lo cual, demostrado como está que Petro quiere ser amo y señor de Colombia, -lo que nunca jamás se le podrá permitir-, la única solución lógica parece ser que él y su fórmula se retiren del ejercicio del poder, pero no por un golpe de estado duro o blando, sino por la aplicación rigurosa de la Constitución Nacional, en la actual circunstancia política mediante la acción legítima, honorable, correcta y secuenciada de dos instituciones nacionales: el Consejo Nacional Electoral y la Comisión de Investigación y Acusación de la H. Cámara de Representantes de la República de Colombia, como se verá en la próxima columna”.

En la fecha de publicación de este texto, el señor Gustavo Petro Urrego no había lanzado todavía su globo de ensayo sobre una Constituyente, no convocada por el medio claro y preciso -una ley expedida por el Congreso- que ordena la Constitución Nacional vigente, sino por una caótica manifestación de grupos humanos supuestamente con vocación constituyente, mediante la conformación de asambleas populares que en opinión del presidente lograrían imponer, a título de pueblo, la inevitabilidad de una Asamblea Nacional Constituyente.

Petro se cree y lo expresa con su proceder, no solo un redentor o mesías de los colombianos menos afortunados, sino que tiende a confundir sus deshilvanadas y a veces absurdas ideas con lo que quiere el pueblo, su pueblo, que en la mayoría de las ocasiones solo es producto de su imaginación aparentemente enfermiza y en todo caso posiblemente afectado por su consumo de “café”. Pero también se comprueba en sus palabras, gestos, acciones, reacciones muchas veces airadas, la existencia de una ambición desmedida de poder, pero no del que emana de una soberanía popular expresada mediante una Democracia informada, mayoritaria y respetable, sino la que resulta de acciones paramilitares (no en el sentido que se les da en Colombia) supuestamente exitosas, o mejor expresado, de las que en su memoria se conservan posiblemente intactas de sus épocas de rebelde y guerrillero afiliado al tenebroso M-19.

De lo anterior claramente se colige que Gustavo Petro no está capacitado para gobernar un país de cerca de 52 millones de habitantes ya que carece de las condiciones indispensables de un hombre de estado, y esto, él mismo se ha encargado de evidenciarlo con su permanente acción de politiquero en campaña, sus desafíos e insultos, sus amenazas, sus contradicciones, sus pretensiones imposibles de líder continental; los desaciertos y errores garrafales de su política (si es que a eso se le puede llamar Política), la soberbia de que hace gala en sus distintas manifestaciones, y lo más intolerable de todo: su absurda ideología marxista-leninista o para ser más claro: COMUNISTA, una horrorosa e inhumana doctrina política que ha fracasado en todos los países que han tenido la desgracia de padecerla, como por ejemplo la desparecida Unión Soviética, que al decir de don Federico Jiménez Losantos, un gran periodista, investigador, escritor y pensador español de la más alta categoría intelectual, causó más de cien millones de muertos en el siglo XX.

El comunismo es la desdicha que Petro quiere imponer en un país de tradición centroderechista, donde hasta hace muy poco tiempo se reconocía la soberanía de Dios Todopoderoso como origen y fuente de la autoridad y al que le estaba subordinado el destino de la nación entera y que, si ahora ya ha mutado parcialmente en sus concepciones políticas y religiosas, no por eso acepta ser sometido al estatismo petrista.

¿Qué es el estatismo petrista? Es la concepción del señor Petro según la cual el Estado debe ser el dueño y señor de todos los pensamientos y acciones de los habitantes del país, el que dice que se les debe enseñar, que pueden creer, quién y cómo se les debe atender en sus enfermedades, dónde deben depositar sus ahorros para la vejez y la facultad del gobierno para disponer de esos dineros; quiénes de los trabajadores deben ser privilegiados y quiénes deben ser tratados como minusválidos laborales, el rechazo a los empresarios que generan empleo y riqueza para la nación porque el Estado debe convertirse en el gran empleador, lo que implica marchitar al sector privado y por consiguiente darle al gobierno (es decir a Petro) la facultad de perpetuarse en el poder ya que dará empleos y beneficios a cambio de votos por él, por sus candidatos y proyectos, con lo cual conservará una apariencia de democracia; y como si lo anterior no fuera bastante, cuáles departamentos colombianos deben ser destrozados, partidos, privados de sus regiones, en fin: lo que en general puede considerarse como el final de Colombia tal como la conocemos, para sumirnos en las tinieblas de lo que el presidente Ospina Pérez llamaba “un salto al vacío”.

Para leer la segunda parte de este artículo: https://lalinternaazul2.wordpress.com/2024/03/26/hay-que-parar-a-petro-2