Sábado Santo, 2024 | Por Pbro. Diego Alberto Uribe Castrillón

Ayer, en la tarde del Sacrificio de Cristo la humanidad se iluminó con la presencia de la Madre que allí es señalada como Auxiliadora, Socorro, Señora y Madre de cuantos hemos nacido a la vida del costado de Cristo que ayer se abrió para ofrecernos tanta luz y tanta vida. La humanidad tiene en la Madre del Señor un signo extraordinario de esperanza y de paz, de consuelo y de santa alegría. Colombia la ama, y por eso en este día se le ve salir, enlutada, solemne, silenciosa a buscar los hijos que su Hijo le entrego para recordarles que no somos un rebaño de huérfanos ni un reguero de desheredados.

El Obispo Mártir Jesús Emilio Jaramillo dice en Apareció una Mujer: “esta mujer se colocó a tal altura que quedó solitaria como la cima más alta y helada del universo del dolor. Hasta allí no ha podido subir la ola enrojecida de los mártires ni el conjunto de penas del género humano. Sus misterios siempre la colocan en la soledad; sola sin par; en la concepción inmaculada; sola en la plenitud virginal; sola en la plenitud de su gracia; sola en su misterioso sufrir; sola en su soledad” (p. 110).

Es una de las constantes en la ruta de la fe que vivimos, La Señora de la vida y de la paz está siempre presente en la historia de Colombia. Desde los mismos albores de la historia de nuestra cultura, nuestros pueblos nativos acogieron la novedosa presencia de la Madre de Jesús, que, para mayor cercanía, curiosamente y admirablemente se llamó Guadalupe, Suyapa, Chiquinquirá, Coromoto, como para que no quedara duda de su amorosa cercanía.

Esta noche se encenderá la luz pascual. En esta jornada que prepara la Pascua, no olvidemos que las “artesanas de la reconciliación” son las que, como María, saben ofrecer consuelo, saben curar heridas saben que la paz, como tantas cosas, necesita la paciencia y la dulzura de una madre. Evocando en el alma el aroma de orquídeas y nardos junto a la Reina, pidamos por la reconciliación de la Patria, por la sanación interior de nuestros corazones, para que algún día, acompañados de la Madre Dolorosa, Colombia pueda cambiar el sudario ensangrentado que la envuelve por el pañal inmaculado en el que se arrope la esperanza.