Domingo de Pascua, 31/03/2024 | Pbro. Diego Alberto Uribe Castrillón

Ya las campanas al vuelo nos decían anoche que Jesús vive, que la Resurrección es el anuncio definitivo de una victoria que da sentido a la vida humana, que ilumina y fortalece la esperanza, sobre todo en horas de incertidumbre, en horas en las que muchos tiemblan ante el gesto amenazante de los insensatos, ante la voz aterradora de los que en vez de sembrar vida están sembrando muerte y desesperación.

En estos días de Pausa, ojalá hayamos revivido nuestro compromiso de caminantes y peregrinos de la vida y de la fe, ojalá hayamos podido trabajarle a la vida espiritual en estos días. Con cuanto amor y con cuanta dedicación muchísimas personas se empeñaron en ofrecernos las expresiones de un arte sublime, las palabras llenas de vida y de confianza de nuestros Pastores, el compromiso de tantos que rompieron las barreras del espacio y cambiaron el turismo curioso y disipado por verdaderos apostolados de compañía y de comunión con muchísimas comunidades creyentes que a esta hora ven cómo los abnegados misioneros de la vida y de la alegría buscan cómo retornar a sus tareas después de haber sembrado esperanza.

Para ellos una Pausa antes de la Pausa: gracias a tantos sembradores trabajaron de tantos modos para llenar de luz los corazones y ser para todos un camino de reconciliación y de paz. Ahora se retoma la marcha dolorosa y al tiempo esperanzadora de la vida. Ahora se reemprende el camino de la vida, dando gracias a Dios por los misterios celebrados.

Los que hemos sido salvados por el amor del Salvador, victorioso señor de la Historia, no cesaremos de cantar hoy y siempre lo que la Secuencia de Pascua nos recordaba hace un instante: resucitó de veras mi amor y mi esperanza; y nos decidimos a salir a su encuentro con las santas Mujeres, Apóstoles de su Victoria. Estamos aquí para comprometernos en la renovación espiritual de esta humanidad necesitada de vida y de esperanza. Ha resucitado nuestra luz y nuestra vida. Jesús glorioso se levanta sobre el dolor de este mundo y nos bendice, porque es Pascua, porque la vida triunfará, porque en medio de la enfermedad y del dolor, Jesús nos ofrece hoy el único consuelo que llena el corazón de esperanza y de confianza.

La Pascua es un canto al amor de Dios, a la bondadosa misericordia con la que Jesús, saliendo de la muerte, viene al encuentro de cada persona, invitándonos a todos a una vida más fiel y más alegre. Sabemos que Jesús viene a los suyos y les regala su corazón traspasado para que allí, como en una fuente inagotable, todos sacien su sed de vida y de alegría. Nuestra paz, la de este mundo, sigue llorando sobre el hombro de la justicia, sigue extendiendo ramas de olivo para que las destrocen los insensatos, sigue bautizando con el alto nombre de Paz solo acuerdos humanos que no trascienden ni se realizan porque están viciados de corrupción, de venganza de desesperación.

La Pascua es un canto a la vida, a la esperanza, a la alegría. No nos dejemos arrebatar esta voz de consuelo que se deja sentir en un mundo en el que tantos aún permanecen al servicio de las sombras, de la muerte, de su propia y tenebrosa conciencia que cierra el corazón y lo enceguece.

Para muchos ha sido una semana agotadora, la semana de las solemnidades, la semana de las tareas de anuncio de la verdad en tantos espacios de misión, en tantas realidades. Dejémonos colmar de luz pascual para iluminar el mundo, para hacer resplandecer la vida, para llevar una voz de aliento a esta humanidad que, por postrarse ante la muerte se le olvidó reconocer que Jesús ya no está sepultado porque sigue viviendo en su presencia y gloriosa que quiere compartir con cada uno y con todos, en cada corazón la noticia de la derrota de la muerte.

Pausa en la pausa al felicitarnos mutuamente en este día de Pascua recojamos los frutos de esta Semana Santa. No olvidemos que nosotros no seguimos un difunto distante en la historia y encerrado en un monumento funerario. Nuestra opción es por el que viviendo eternamente nos quiere disponer para que anunciemos vida, para que venzamos el raudal de olas que quieren hundirnos. El que rige nuestra vida está vivo y da vida y ojalá todos lo supieran para que la sombra terrible de la muerte nos siga cubriendo de lágrimas la existencia de la humanidad.