28/01/2024 | Por Pbro. Diego Alberto Uribe Castrillón

El complejo panorama de la Historia nos hace recordar que la vida de la humanidad ha estado marcada por una larga cadena de conquistas admirables y de fracasos rotundos. Ya cercano el día en el que por campos y ciudades se oirá mil veces el nombre de Jesús en la conmemoración de la Santa Cruz, hemos de pensar lo olvidada que tenemos la lección de esperanza que brota de esos dos maderos cruzados a los pies de los cuales, como ofrenda humilde, aparecerán esta semana los dolores y aspiraciones de este pueblo.

Y no es bueno pensar que estamos marcados por algo fatal, porque la Cruz nunca será lo que tantos querían que fuera: un patíbulo. Después de la victoria de Jesús sobre la muerte, se nos da la lección que nos indica que en ese signo hay victoria, como se lo dijeron a algún antiguo señor de este mundo. Es la indicación de que no podemos rendirnos ante el avasallador paso de la corrupción que nos quiere ahogar en su mar de amarguras, es la señal de que nunca podrán vencer los abanderados de la muerte si saben que los creyentes mantenemos la confianza en el valor del sacrificio y de la entrega para poder conquistar los valores que nos representan de verdad y que quieren ser borrados del corazón del pueblo.

Justamente ahora la Patria está envuelta en una nube envenenada. Hay una intención nefasta en muchos corazones que quieren poner en crisis los valores, las tradiciones, las admirables conquistas que se han logrado en la humanización de todos alegando, lamentablemente, un falso humanismo sin alma, sin valores, sin principios, sin moral, sin ética, sin referentes trascendentales. Ni los pensamientos del tiempo de la Ilustración se atrevieron a derrumbar la elevada muralla de principios y valores que hoy se quiere poner en juego proponiendo el imperio de la violencia, envenenando la conciencia de la gente, manipulando hasta los mismos evangelios para tratar de imponer el odio, la envidia, la mentira como camino y derrotero para todas las cosas.

Y lo malo es que, envueltos en una especie de narcotización de la conciencia, se ha querido sembrar en la gente un espíritu combativo que no lucha como debería ser por los valores sino por la destrucción de todo. Ojalá tuviésemos verdaderos abanderados de la virtud y del valor para que guiaran a las masas tan manipuladas hacia lo que verdaderamente edifica. Hoy parece que se quisiera montar al mundo entero en una balsa amarrada con bejucos de histeria y de amargura para que se precipite por una catarata de despropósitos hacia el abismo del caos total.

Es por eso que, cuando se acerca la memoria de la Cruz de Cristo, se hace preciso emprender la tarea de sembrar vida y esperanza. Cuánta esperanza hay que anunciar ahora. Es el tiempo de sacrificar los intereses egoístas que buscan el placer, el tener y el poder, para abrirle el corazón a una nueva experiencia de alegría y de verdad. Hemos perdido siglos enteros atrincherados en el odio y en la envidia; hemos gastado tanta vida sembrando muerte, hemos hundido en el pozo de la amargura tantas ilusiones y tantas esperanzas.

Qué bueno volver a revisar las cosas que se ponen junto a la Cruz. Este año en los brazos del madero santo extendamos el sudario de la esperanza para que su blanca alegría nos recuerde que nacimos para dar vida y para envolver la cruz en el paño límpido de la virtud y de la alegría y no en la sábana desgarrada de la tristeza; pongamos en la cruz la corona florecida de los valores que tantos quieren borrar, de las mentes jóvenes que sueñan una vida nueva, de tantas esperanzas que saben que después de las espinas nos aguarda la fragancia encantadora las orquídeas multicolores del amor y del consuelo; que no falten las escaleritas que sirven, la una para subir a recoger el testamento de amor del Señor y la otra para bajar hasta el dolor de tantos oprimidos por la violencia y que aguardan nuestro cariño y nuestra alegría. Que no falte la lanza, una como la de nuestros olvidados lanceros que lucharon por la libertad y por los valores, esta de este año pongámosla transformada en flecha piadosa que suplica perdón y aguarda misericordia; que no falte la esponja en la que cambiaremos el vinagre de nuestros rencores por el dulce sabor del perdón y de la clemencia. Quede bien bella nuestra cruz gloriosa, que florezcan a sus pies los valores y las virtudes, que todos seamos obreros de la paz, artesanos de la reconciliación y servidores de la alegría.

Pausa en la Pausa

No se nos olvide escribirle la boletica a la Cruz. Apuntemos allí las urgencias de este pueblo sediento de vida y no olvidemos que junto a la Cruz está la Madre amada del que allí se nos dio y Ella le recordará a su Hijo todo lo que pusimos al pie del madero santo y Ella que ya conoce las lágrimas de Colombia, sabrá decirle a su Hijo que tenga piedad de este pueblo y que no lo deje caer en la tentación del odio que mata y destruye.