9/03/2024 | Por Eugenio Trujillo Villegas | Director: Sociedad Colombiana Tradición y Acción | trujillo.eugenio@gmail.com

Las marchas multitudinarias del pasado 6 de marzo son un mensaje muy claro y contundente: ¡Petro, Colombia no te quiere!

El clamor nacional se escuchó en las principales ciudades y en los más apartados lugares, ante la oleada de destrucción promovida por el Gobierno.

Evidentemente, todo este desastre es una grave consecuencia de la cobardía y de la traición de las élites sociales y empresariales, y por supuesto de los partidos políticos y de casi todos sus dirigentes, que desde hace décadas renunciaron a la nobilísima función de gobernar con honestidad, decoro y eficiencia, para alcanzar así el bienestar de la Sociedad.

Este es el fin primordial para el cual existe el Estado, pero en nuestra época, en casi todas las naciones, la nobleza de los actos de Gobierno ha sido reemplazada por la más rampante, desvergonzada y abyecta corrupción. Tal vez la mayor que se haya visto en la historia de las civilizaciones.

Si los gobiernos anteriores a Petro robaban en forma desvergonzada, el de ahora roba más que todos los anteriores juntos. A lo que se suma la política de Estado de destruir en Colombia todo lo que funciona, para cambiarlo por fantasías marxistas que todo el mundo sabe que no funcionan, a no ser para imponer la miseria.

¡El plan del Gobierno es hacer de cada colombiano un ser miserable que mendiga migajas para vivir! A eso, los socialistas lo llaman subsidios, que obviamente consideran mejor que un empleo digno y bien remunerado, porque ellos quieren multitudes llenas de necesidades para prometerles soluciones que nunca llegan, para poder mantener los votos cautivos.

Entre los principales objetivos del Gobierno está la demolición de las empresas, de la propiedad privada y de la libre iniciativa, que están siendo sometidas a un rápido proceso de extinción. Lo que muchos no saben es que así también se extinguen las libertades legítimas.

No son privilegios, son derechos legítimos

Esto explica el grito unánime que se escucha en todos los rincones de la Patria y en cada evento que congrega multitudes: ¡Fuera Petro!

Sin embargo, con cinismo extremo, el presidente responde ante la contundencia de las marchas, “que son los ricos de Colombia defendiendo sus privilegios”. No se equivoque, señor presidente, que las multitudes que salieron a las calles a protestar contra usted no están defendiendo privilegios, ni son ricos, pues casi ninguno de ellos salió a marchar.

No es ningún privilegio tener una situación digna, acomodada y decente cuando se ha trabajado toda la vida. No es un privilegio tener una pensión cuando se ha pagado por ella durante 30 o 40 años. No es un privilegio tener un gran salario cuando alguien se ha preparado con estudios y sacrificios durante muchos años para desempeñarse en un cargo importante. No es un privilegio contar con un buen plan de salud cuando se paga por él, aunque en Colombia, el que no paga y es subsidiado por el gobierno, tiene los mismos derechos a la salud. No es un privilegio ser una persona destacada cuando durante toda una vida se ha luchado por ser honrado.

Cuando los marxistas se refieren a los privilegios, los confunden con los más elementales derechos ciudadanos.

En medio de esta confusión en que vivimos, los verdaderos privilegiados son los que hacen parte de este gobierno. Son los criminales que han salido de las cárceles para ser gestores de paz. Son los bandidos que reciben subsidios para supuestamente no delinquir más. Son los incompetentes que han sido nombrados en los cargos más importantes, sencillamente porque son afines al marxismo. Son los guerrilleros falsamente pacificados que siguen delinquiendo por todos los territorios.

¡Esos sí que son privilegios! Nombrar embajadores borrachos, drogadictos y condenados por la justicia. Entregar las más importantes entidades del Estado a los partidos políticos para que voten sus reformas en el Congreso de la República, y lo que hacen es robárselas de frente y a la vista de todos, haciendo los grandes negociados sin ejecutar las obras, como es evidente que está aconteciendo.

Realizar viajes por el mundo con enormes delegaciones que no sirven para nada, pero gastan dinero en forma extravagante. Nombrar miles de asesores y funcionarios en todas las instituciones para pagar favores políticos.

El cambio prometido es la miseria socialista

Cuando el presidente ve a decenas de miles de colombianos en las calles protestando contra su Gobierno, debería entender que la desaprobación a su proyecto socialista es total. Colombia ha percibido que el cambio que se ejecuta es la miseria para todos, mientras que su círculo más inmediato se roba el dinero del Estado. Al responder con semejantes necedades a la indignación de las multitudes, el presidente manifiesta el pánico que comienza a surgir entre los suyos, y que seguirá creciendo.

Nunca en la historia de Colombia hubo protestas semejantes contra ningún presidente. Y, con la ayuda y la protección de Dios, de la Santísima Virgen y del Sagrado Corazón de Jesús, a Quienes está consagrada esta Patria, esas protestas serán cada día más grandes.

Muy pronto llegará el día en que la Constitución se haga respetar ante todos estos atropellos. Que el Congreso cumpla con la más sagrada e importante de sus funciones, que es hacerle control político al presidente, evitar que se convierta en un sátrapa, en el enemigo de los derechos ciudadanos, de las leyes y de la Constitución.